Marco Aurelio Denegri. (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri. (Foto: Víctor Idrogo/ El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

Tiempo ha el señor Adolfo van Dam, correspondiente holandés, presentó a la consideración académica el adjetivo bombástico; y mostrándose particularmente interesado en su admisión Eugenio d’Ors, encomendáronle que para la sesión siguiente trajera un proyecto de definición. Pues véase con qué gracia redactó don Eugenio la definición, que como bien dice Casares, «lleva la impronta palmaria de una personalidad inconfundible».

«Bombástico.- Adjetivo caricatural para indicar lo vacuamente solemne o espectacularmente publicitario.»
La definición quedó encarpetada porque la Academia aún no había reconocido las voces caricatural y publicitario.
La definición académica de bombástico es la siguiente:
«Dícese del lenguaje hinchado, campanudo o grandilocuente, sobre todo cuando la ocasión no lo justifica.»

Así es; y no está mal la definición, sólo que carece de la personalísima gracia de la orsiana.
Supuso Ors –pero mal– que bombástico era forjadura renacentística, voz desprendida «del nombre de Teofrasto Bombax, llamado Paracelso». Derivación falsa, amén de que Paracelso no se llamaba «Bombax», sino Theophrastus Bombastus von Hohenheim.

Decía la Academia en su Diccionario, en la edición de 1956, que bombástico procedía del inglés bombastic. En las dos ediciones siguientes, de 1970 y 1984, dijo la Corporación matritense que bombástico venía del latín bombus, ruido. En las tres últimas ediciones del DRAE (1992, 2001 y 2014), leemos que bombástico procede del inglés bombastic, y éste de bombast, algodón de enguatar, o sea de entretelar con guata, que es una lámina gruesa de algodón que sirve para acolchados o como material de relleno.

En el Pequeño Larousse Ilustrado, de 1923, bombástico figura como americanismo. También consta en el Diccionario de Americanismos, de Marcos Augusto Morínigo.
Don Marcelino Menéndez y Pelayo fue probablemente el introductor de este adjetivo. Don Marcelino lo usa en una conferencia pronunciada en 1881; «las relaciones gongorinas
–dice–, bombásticas y altisonantes». (Marcelino Menéndez y Pelayo, La Mística Española, 369.)

–María Antonieta–
«Marie Antoinette se traduce alegremente por María Antonieta, cuando en realidad se trata de María Antonia, ya que el nombre de la reina francesa es el femenino de Antoine y no el diminutivo, inexistente en francés.» (Fernando Díaz-Plaja, El Francés y los Siete Pecados Capitales. Madrid, Alianza Editorial, 1971, 11.)
Y se yerra así pese a que Miguel de Toro y Gómez y Emilio Martínez Amador dicen en sus respectivos diccionarios que Antoinette quiere decir Antonia. Pero como no se suelen consultar los diccionarios...«Marie Antoinette se traduce alegremente por María Antonieta, cuando en realidad se trata de María Antonia [...].”

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