Había publicado el año pasado el libro “Barranco: historia, leyenda y tradición”, donde lejos del fragor de las discotecas del bulevar, se dejaba oír la voz de Chabuca Granda y brillaba la belleza patrimonial del distrito que lo había acogido a inicios de 1980. No es gratuito encontrar aquellos tres conceptos presentes en el título, pues podría decir que la vida del antropólogo, historiador, poeta y narrador Luis Enrique Tord estaba entregada a la historia del país, sus leyendas antiguas y tradiciones pervivientes.
Fallecido a causa de una falla cardíaca, debilitado por el cáncer, Luis Enrique Tord (Lima, 1942) deja el testimonio de una obra literaria mayor e investigaciones sobre nuestras artes y cultura. Estudió Derecho e Historia en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde conoció a los poetas Washington Delgado, Javier Heraud y Luis Hernández. Sin embargo, al demostrar abiertamente su simpatía por la revolución cubana, en 1962 fue expulsado de esta casa de estudios y pasó a cursar Antropología en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, alcanzando el doctorado en 1975. Fue además diplomado en Ciencias Sociales por la Universidad Católica de Lovaina, en Bélgica.
Como funcionario internacional, Tord presidió el Comité Interamericano de Cultura de la OEA (1981-1983) y fue además jefe de la delegación del Perú ante la Conferencia Mundial de Políticas Culturales convocada en México por la Unesco (1982). Una década más tarde incursionó en política: fue elegido diputado al Congreso Constituyente Democrático (1992-1995). Asimismo, fue director del Instituto Nacional de Cultura (hoy Ministerio de Cultura) en dos períodos: 1982-1983 y 2000-2001. Ha sido, además, profesor de las universidades San Martín de Porres y Femenina del Sagrado Corazón.
—Escritura multiforme—
Ubicado dentro de la generación del 60, su obra estuvo encauzada en tres líneas narrativas: la novela histórica, con los cuatro libros de la saga “Dioses, hombres y demonios del Cusco” (que transcurre entre los siglos XVI y XVII); la narrativa mítica expuesta en “Bestiario celestial”, dedicada a los dioses del antiguo Perú y los mitos virreinales; y, finalmente, lo que él llamó la novela lírica o historias sentimentales reunidas en sus novelas “Diana. Verano del 53”, que transcurre en Lima, y “Pasiones del norte”, ubicada en Trujillo, también a mediados del siglo XX. El propio autor bromeaba diciendo que recién al cumplir los 70 años se había permitido abrirle al amor las puertas de su obra literaria.
El crítico Ricardo González Vigil denominó a los cuentos de Tord “indagaciones”, a manera de nuevo género literario desarrollado a manera de informes de investigación histórica. Algunos de estos relatos resultaban tan verosímiles que el propio Tord comentaba sorprendido cómo un grupo de investigadores árabes, tras leer el relato en el que supuestamente se prueba la existencia de Cide Hamete Benengeli (propuesto en la ficción de Miguel de Cervantes como coautor del “Quijote”), le solicitaron revelar los documentos probatorios que, en su relato, se conservaban en añejos archivos del Cusco.
Asimismo, el incansable investigador realizó diversos estudios académicos enfocados en la representación pictórica y monumental de la época colonial, entre los que destacan “Una historia de las artes plásticas del Perú” (como parte del tomo IX de “Historia del Perú” editado por Juan Mejía Baca en 1980), “Templos coloniales del Colca, Arequipa” (1983), “Arequipa artística y monumental” (1988) o “Arte y fe en el Virreinato del Perú” (1999).
Sus restos son velados en el Salón de los Espejos del municipio de Lima, en su condición de regidor metropolitano.