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José García Calderón

Tres décadas después del descubrimiento de América (ocurrido un día como hoy hace 525 años) se iniciaron las empresas de exploración y conquista por la costa del Pacífico sudamericano hacia los territorios que, posteriormente, darían origen al Perú como ahora lo conocemos. Más por iniciativa propia que por la corona de Castilla, los conquistadores financiaron y organizaron, bajo su propio riesgo, las expediciones que les permitirían –finalmente– arribar a los dominios del Imperio Incaico.

Tras el desenlace por todos conocido, sin embargo, los conquistadores han pasado a la historia como los principales responsables de terminar con el único período de nuestro pasado del que nos sentimos plenamente orgullosos: el Perú prehispánico. Probablemente esto explique el poco interés en profundizar el conocimiento de nuestros primeros ancestros europeos y el contexto del que provenían.

Un antecedente clave para entender la conquista hispana en territorio peruano es la reconquista cristiana de la península ibérica, que fue ocupada por los musulmanes por más de siete siglos y que culminó en 1492 con la toma de Granada (coincidentemente, el mismo año del descubrimiento de América). En los inicios de este largo proceso, la debilidad militar de los reinos cristianos fue hábilmente compensada con la estrategia política del repoblamiento de los territorios ganados al islam, a través del que los reyes cristianos otorgaban una serie de derechos tanto a nobles señores como al pueblo llano.

Esos derechos –conocidos como los fueros y las cartas-puebla– hacían posible, entre otras cosas, que los nuevos pobladores urbanos accedieran a la propiedad de la tierra y pudieran decidir, con cierto nivel de autonomía, en asuntos de interés local. Todo un nuevo estatus de libertad si lo comparamos con el vasallaje del régimen feudal y del que, además, era posible salir voluntariamente; convirtiéndose, por lo mismo, en un gran estímulo para la iniciativa privada.

Producto de ese acuerdo de intereses comunes entre el máximo gobernante y el pueblo llano surge el poder local, representado en los primeros ayuntamientos, antecesores directos de nuestras municipalidades contemporáneas.

Los primeros hispanos en pisar territorio peruano sabían que la fuerza militar era insuficiente por sí sola para consolidar una conquista. Por ello, la creación de nuevas ciudades tuvo desde el inicio una importancia fundamental. No por casualidad venían haciendo lo mismo de manera continua en su propio territorio desde hacía por lo menos cinco siglos.

En este sentido, resulta sintomático que el primer acto significativo de conquista no sea un enfrentamiento militar sino la fundación de una ciudad: San Miguel de Tangarará en 1532 (refundada luego como Piura La Vieja y, finalmente, como San Miguel de Piura). Posteriormente, en un período de tan solo 40 años, se fundaron ciudades principales como Cusco, Lima, Huamanga, Arequipa, Trujillo, y ciudades intermedias, como Chincha, Pisco e Ica.

Este modo de vida urbano no fue el privilegio exclusivo de los recién llegados, pues también se llevó a cabo una masiva fundación de nuevos centros poblados conocidos como reducciones indígenas, donde la población nativa se integraba al mundo occidental reorganizada en nuevas comunidades urbanas, en las cuales se consolidaron derechos como la propiedad de la tierra y la elección de autoridades locales. Producto de este esfuerzo inédito en el mundo occidental –en el que la Iglesia jugo también un rol importante– más de dos tercios de los centros poblados peruanos actuales tienen su origen en alguna de estas reducciones virreinales.

Reducir el significado de la conquista a un episodio marcado únicamente por la codicia y la ambición de los conquistadores simplifica un hecho que es necesario abordar en sus múltiples aristas. Ampliar la mirada sobre las consecuencias que trajo el encuentro de los dos mundos no es una tarea fácil, pero no por eso menos apasionante. Más aun si en ella encontramos raíces mucho más profundas que las que aporta, incluso, la misma independencia al Perú contemporáneo.