Patricio Valderrama

Dicen que las desgracias nunca llegan solas, los fenómenos naturales tampoco, mucho menos en el Perú, especialmente con las que todos los años nos castigan. A finales del 2022, teníamos un pronóstico que indicaba que este sería un verano tranquilo, medio frío y sin sobresaltos. Nada más alejado de la realidad que estamos viviendo.

El Niño costero es un fenómeno climático que se produce por la elevación de la temperatura del agua en la costa norte del mar peruano. En el 2017, este fenómeno tuvo una gran intensidad en el país, causó una serie de desastres y dejó un saldo de más de 100 personas muertas y miles de afectados. Durante los meses de enero a marzo del referido año, las lluvias intensas y desbordes de ríos afectaron principalmente a las regiones costeras del norte del país. Las inundaciones y deslizamientos de tierra destruyeron puentes, carreteras y viviendas, lo que dificultó el acceso a las zonas afectadas y el envío de ayuda humanitaria.

Para el 2023 estamos viviendo un panorama muy parecido: lluvias extremas en el norte del Perú, desborde de los ríos, activación de quebradas, inundación de ciudades y una sociedad que después de seis años se ve detenida por un fenómeno completamente mitigable. Si ponemos estos fenómenos en el contexto del cambio climático que estamos viviendo, la tendencia es clara: serán cada vez más repetitivos y sus consecuencias, si no hacemos algo pronto, serán las mismas.

Como corresponde, el gobierno de turno tiene que atender la emergencia, rescatar personas en peligro, rehabilitar caminos, puentes y limpiar las ciudades, pero eso ya demostró que no es suficiente y no nos prepara para el siguiente evento que llegará más temprano que tarde.

Las medidas de prevención son ya conocidas, pero los avances que se hacen al respecto son muy pocos frente a la periodicidad de los eventos y a la sobre exposición de las ciudades al peligro.

De todas las medidas, la más importante es, sin lugar a duda, la planificación urbana y territorial. Es fundamental que las ciudades y las infraestructuras estén diseñadas para resistir los efectos de las lluvias torrenciales, las inundaciones y los deslizamientos de tierra. Esto implica que se deben tomar medidas como la construcción de diques, muros de contención, drenajes, entre otros. Todo lo mencionado se logra con la implementación de planes a largo plazo de modernización de nuestras ciudades.

Es necesario contar con sistemas de monitoreo continuo de las condiciones climáticas y del mar para poder tomar medidas oportunas y prevenir los efectos del fenómeno. Esto se logra apoyando a las instituciones científicas que tan olvidadas están. Este apoyo tiene que ser tanto en instrumentación, capacitaciones y, sobre todo, presupuesto. Es importante contar con sistemas de alerta temprana que permitan anticiparse a los efectos del fenómeno y evacuar a las poblaciones vulnerables a tiempo.

Otro factor importante es la capacitación y educación de nuestra población expuesta y afectada por estos fenómenos. Es vital que la población esté capacitada para enfrentar sus efectos y sepa cómo actuar en caso de emergencia.

Ya no podemos seguir viviendo dándole la espalda a estos fenómenos, tenemos que implementar políticas de gestión integral al riesgo, es decir, identificar, evaluar y reducir los riesgos asociados al fenómeno, así como implementar medidas de recuperación y reconstrucción después de un desastre. Estas políticas de gestión del riesgo deben de ser a largo plazo, más allá del aplauso y la obra inaugurada por los políticos de turno quienes son aves de paso.

Finalmente, es oportuno tener una política efectiva de preservación ambiental, que es la clave para reducir los efectos de las próximas lluvias extremas que tendremos en la costa. La protección de los ecosistemas naturales y la gestión y manejo adecuados de los recursos hídricos son esenciales para prevenir el daño que causan las lluvias e inundaciones. Actualmente, toda el agua de lluvia (buena para la agricultura y riego) llega a los cauces de los ríos, inunda los campos y ciudades y se va al mar. No olvidemos que nuestra costa es desértica y el recurso de agua dulce es el bien más escaso. La construcción de grandes repertorios y represas que no solo protejan nuestras ciudades, sino que también almacenen agua para expandir nuestra frontera agrícola.

Vamos a seguir teniendo lluvias torrenciales, aunque es muy temprano, los modelos matemáticos indican que algo mucho más grande se viene para el verano del 2024. Este escenario nos pondría en un evento similar a El Niño del 1997 y 1998 que recordemos que fueron casi cinco meses de lluvias, sin parar, en toda la costa del Perú. Desgracias desde Tumbes hasta Ica. Tenemos menos de un año para tomar, al menos, previsiones mínimas para asegurar la vida e infraestructura de miles de peruanos que lo perdieron todo en 1983 (el mega El Niño), 1998 (el súper El Niño), 2017 (el pequeño Niño costero) y 2023 (el aún por definir Niño Yaku).

Como escribió César Vallejo: “Hay hermanos, muchísimo por hacer”.

Patricio Valderrama es gerente general Geológica Consultores