La Semana Santa en el Perú, P. Deyvi Astudillo, SJ
La Semana Santa en el Perú, P. Deyvi Astudillo, SJ
Deyvi Astudillo

El Perú es un país ancestralmente religioso. De allí que la Iglesia Católica descubriera en las culturas prehispánicas un terreno fértil para la edificación de una identidad religiosa común fundada en el Evangelio. No pocos misioneros hicieron entonces el esfuerzo por consolidar la tradición cristiana dejándola impregnarse de la religiosidad popular, marcada en nuestro país por sus raíces indígenas.

Una mirada a la religiosidad en el Perú de hoy muestra, asimismo, que la fe no solo es parte de nuestra herencia histórica, sino que sigue dinamizando la vida de la gran mayoría de peruanos. Esto se manifiesta con claridad en los momentos fundamentales de la vida como son el nacimiento, la constitución de una familia y la muerte; momentos vividos intensamente desde la fe cristiana. Pero existen otros espacios que, tanto en forma de actividades colectivas como de actos personales de piedad, permiten apreciar con mayor evidencia la vitalidad de la fe en el país. Este es el caso de la Semana Santa.

En las diferentes localidades donde está presente la Iglesia, la Semana Santa es vivida como el evento litúrgico central del año. Se trata de un momento privilegiado para el cultivo de la fe, además de un tiempo importante de socialización con la comunidad cristiana. Para muchos, la celebración de la Semana Santa constituye una rememoración de la catequesis recibida sobre la muerte y resurrección de Jesucristo, misterios cuyo significado obtiene siempre nuevos matices de acuerdo con el crecimiento espiritual del creyente. Es así como el relato fundador del cristianismo adquiere actualidad, reafirmando los valores espirituales y éticos que le son inherentes.

Si bien no existe un rito católico adaptado especialmente a nuestras culturas locales, cada parroquia organiza la Semana Santa con sus propias costumbres y afinidades estéticas. Particular relevancia tienen las procesiones y actos litúrgicos organizados por agrupaciones de fieles que año a año reservan tiempo y energía para celebrar su fe de la manera más elocuente. De allí el despliegue de devoción y creatividad que se observa desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección, y que en muchas regiones del país manifiesta de modo particular el encuentro del credo cristiano con la religiosidad indígena.  

Una forma singular de celebrar esta semana, y que no por ser menos extendida es menos reveladora de la consistencia con que se vive la fe, son los retiros espirituales organizados por diferentes comunidades religiosas. Estas experiencias, con su insistencia en el conocimiento y práctica de la espiritualidad cristiana, conducen a los participantes a interrumpir su rutina diaria para dejarse confrontar por la norma de la fe, es decir por la persona de Jesucristo, y para descubrir así los aspectos en que sus vidas requieren de aliento y conversión.

Finalmente, vale destacar que las actividades de estas fechas, como pocos eventos en nuestra sociedad, tienen la extraordinaria capacidad de congregar a personas no solo de edades diferentes, sino de distintas pertenencias culturales e ideológicas alrededor de ideales éticos compartidos. Por ello, al tiempo que son ocasión de reencuentro y confrontación con el misterio, encarnan también los valores de unidad y de convivencia fraterna promovidos por la tradición cristiana, núcleo de la identidad religiosa de nuestro país.