El Minsa estableció los lineamientos para el etiquetado de alimentos y bebidas que exceden los nuevos topes de uso de sodio, azúcar, grasas saturadas y grasas trans. (Foto referencial: AFP)
El Minsa estableció los lineamientos para el etiquetado de alimentos y bebidas que exceden los nuevos topes de uso de sodio, azúcar, grasas saturadas y grasas trans. (Foto referencial: AFP)
Carlos Zúñiga

Usted está por elegir el sillao con el que preparará ese lomo saltado. Pero frente al anaquel repleto de botellas marcadas todas con octógonos rojos que dicen “Alto en sodio. Ministerio de Salud”, sobre rectángulos que parecen de cajetillas de cigarrillos, le asalta el miedo y duda: ¿cuál de estos productos será mejor? ¿O es que sencillamente todos son “veneno”?

Este es un escenario seguro bajo el nuevo Manual de Advertencias Publicitarias dispuesto por el reglamento de la , sometido a consulta. Este establece las características de las advertencias que llevará todo producto envasado que, en cien gramos o mililitros, exceda los límites de azúcar, sodio, grasas saturadas y grasas trans dispuestos por el reglamento. Es decir, alrededor de tres cuartos de todo producto exhibido actualmente, incluyendo todos esos sillaos.

Para hacer frente a las extremas posiciones alrededor de esta discusión que, ya sea defendiendo una floja autorregulación o el reemplazo de información por miedo, resultan en medidas desinformativas, se requiere como contrapeso la defensa del consumidor, entendiéndola no como esa facilista promoción irreflexiva de causas populares basada solo en su impacto sobre los proveedores (como ocurrió con la Ley de Desarrollo de la Ganadería Lechera, por ejemplo), sino como el análisis objetivo del real impacto de estas medidas en nuestro bienestar. En este caso, dicha labor consiste en evaluar si las advertencias dispuestas contribuyen con el objetivo de la ley que las origina: fomentar elecciones saludables e informadas.

De vuelta al ejemplo inicial, usted está frente a productos que pueden ser consumidos moderadamente, pero con advertencias cuyo diseño remite al de productos que deben ser evitados. Esto, en la práctica, iguala visualmente los conceptos mutuamente excluyentes “consumir con moderación” y “evitar”, generando una primera falsa percepción.

Pero usted, consumidor informado, no se deja confundir y aplica esa buena práctica que aprendió a partir del Caso Pura Vida: lee las etiquetas para escoger el producto que le conviene. Pero como ni la ley ni el reglamento establecen algún tipo de información complementaria a las advertencias, usted no puede saber cuál de esos 30 distintos sillaos tiene menos sodio. Solo sabe que lo tienen en exceso.

Y ese “alto en sodio” se refiere al contenido en esos arbitrarios 100 ml equivalentes a casi medio vaso de sillao, en vez de hacerlo sobre la porción que usted consumiría de dos cucharaditas (5 ml). Si la advertencia fuera sobre la porción, al menos sería información relevante. Sumado esto a la falta de información nutricional, es imposible saber si ese par de cucharaditas también habrían excedido ese límite.

Frente a este etiquetado que no informa, decide matar el hambre con algo más sano, como una galleta integral, pero esta resulta tener dos advertencias. Si una advertencia es mala, ¿dos significa que es peor? ¿Es mejor tomar medio vaso de sillao que comer esas galletas?

Derrotado, decide comerse ese lomo saltado en un restaurante, bien servido, con mucho de papa, de arroz, de sodio y de grasas, pero nada de la preocupación. Un plato que supera las cantidades de nutrientes críticos de muchos de los productos envasados de los que huyó, pero, como no tiene ni un octógono rojo porque no está envasado, entonces es “más sano”. Al final, de entre todas las percepciones falsas que posibilitan estas advertencias, usted cayó en la última y peor: asumir que lo no envasado es intrínsecamente sano, idea que abre la puerta al abuso y a los mismos males alimentarios que la ley busca combatir.

Para los consumidores, en lugar de que se llenen anaqueles con “esto no, porque yo lo digo” y otras alarmas sin información (que conducen, además, a percepciones distorsionadas que afectan la toma de decisiones saludables), sería mucho mejor un etiquetado que permita identificar con facilidad las mejores alternativas y presente el porqué de esas ventajas. Ese es el reto para avanzar hacia el objetivo que motivó esta discusión –aunque algunas partes interesadas parezcan haberlo olvidado–, que es elegir mejor en favor de nuestra salud.