Definiendo al fujimorismo, por Francisco Miró Quesada Rada
Definiendo al fujimorismo, por Francisco Miró Quesada Rada

Durante una ceremonia de premiación, Mario Vargas Llosa dijo: “Sería un desastre para el Perú que Keiko Fujimori, hija del dictador más corrupto, acusado de crímenes y violaciones de derechos humanos, gane la presidencia. Un triunfo del fujimorismo sería una reivindicación de la dictadura, sería como legitimarla y eso podría causar una peligrosa desviación política, inestabilidad económica y social del país” (El Comercio, 12 de abril del 2016).

Efectivamente, el fujimorismo fue una dictadura admirada por los seguidores de Fuerza Popular y otros creyentes de que un gobierno fuerte, bajo la férula de un caudillo, nos va a sacar del marasmo de la inseguridad delincuencial. Ellos son capaces de trocar su libertad por un poco de seguridad y de legitimar, a través de sus seguidores, a un dictador corrupto y violador de los derechos humanos que está en la cárcel por eso. Y cuya sentencia, producto de un proceso totalmente transparente, ha quedado ejecutoriada (aquí felizmente el derecho se impuso al poder).

Hay dos formas de legitimar. La primera es aquella que establece la ley cuando decimos que un gobierno es legítimo porque fue elegido de acuerdo con lo establecido por la Constitución y las normas electorales derivadas del mandato constitucional. La segunda es cuando el pueblo apoya a un gobierno y le otorga su confianza total. En este caso estamos ante una legitimidad no legal pero sí política. El ideal es que coincidan las dos.

La primera legitimidad fue violada por Alberto Fujimori. Por eso su gobierno fue una dictadura y no una democracia de tipo consensacional, término creado por el político argentino Guillermo O’Donnell para referirse a las dictaduras nacionalistas populistas, como el chavismo, por ejemplo. El origen del fujimorismo es, pues, una dictadura, por más que ahora su candidata y algunos militantes traten de edulcorarla con eufemismos y con promesas de que no se repetirá.

Julio Cotler ha sostenido que el entorno de Keiko “está con ganas de tragarse el poder”. Se sienten pasos. Ya quieren liberar a Fujimori “por la puerta grande”, ya quieren declararlo “padre de la patria”, y ello porque no puede haber fujimorismo sin Fujimori y su poder clánico familiar. Pero el reconocido maestro sanmarquino va más lejos. Dice que un gobierno del fujimorismo, con la fiel hija en el poder, “podría terminar en un régimen sultánico” (“La República”, 29 de abril del 2016).

Según el sociólogo alemán Max Weber, el régimen sultánico es un caso extremo de dominación tradicional del tipo patrimonialista. Afirma Weber que los “compañeros” se convierten en “súbditos”, ya que lo que fuera hasta ese momento permanente entre iguales, lo convierte el imperante en su derecho propio, apropiado en igual forma que cualquier otro objeto de posesión y valorizable (por venta, arriendo o división) como cualquier otra posibilidad económica.

Esto que dice Weber se produjo durante el gobierno de Fujimori. Está en la cultura política del fujimorismo el no tratar a los otros como iguales. Es decir, no como ciudadanos sino como súbditos al servicio del caudillo sultánico. Ello sucedió con el Parlamento que estuvo a su servicio y con los otros poderes y funciones del Estado. Esta es la herencia del fujimorismo. 

Ahora que Keiko controlará el Congreso, las condiciones para que se reproduzca esta mala tradición están dadas: un Parlamento finalmente sometido a los caprichos de la gobernante. Esto siempre y cuando salga elegida.

Los cuatro males de la política peruana son el péndulo del poder (golpe de Estado), el caudillismo (el sujeto por encima de las leyes), el clientelismo (trocar plata, poder y dádivas por votos) y el secretismo (hacer cosas por lo bajo para que el pueblo no se entere lo que hace la autoridad e impide la transparencia, base de la confianza). Como vemos, estos cuatro males están concentrados en el fujimorismo y sus seguidores.

La prueba de la costumbre autoritaria del fujimorismo fue cuando una militante pidió a los asistentes en una reunión partidaria jurar que votarían por Keiko. ¿Acaso el voto no es libre? Una raya más al tigre.