Iván Alonso

El porcentaje de que trabaja y sus ingresos se han ido acercando, pero siguen siendo menores que los de los hombres. Para muchos observadores, esto es un problema. Para , profesora de Harvard y ganadora del Premio Nobel de de este año, es, en primer lugar, un hecho, un fenómeno que hay que entender y explicar antes de juzgar si es o no es un problema. Y la explicación la ha buscado –típicamente, para una exalumna de la Universidad de Chicago, donde se graduó bajo la dirección de Robert Fogel, ganador también del premio en 1993 y coautor de un famoso estudio sobre la economía de la esclavitud– en las fuerzas del mercado.

El primer hallazgo significativo de Goldin, al reconstruir las estadísticas del trabajo femenino de los últimos 200 años, fue que la participación de las mujeres en el mercado laboral no siempre ha ido en aumento. Entre 1790 y 1910, en la transición de una economía predominantemente agraria a una más urbana e industrial, el porcentaje de mujeres casadas norteamericanas que trabajaba se redujo de casi el 60% a tan solo el 5%. El mismo fenómeno se ha observado en otros países. La vida urbana, es verdad, hacía más difícil combinar el trabajo con el cuidado del hogar. Otra manera de verlo es que el llamado capitalismo industrial les daba a las mujeres una opción que antes no tenían: la de elegir el hogar sobre el trabajo.

Ya en el siglo XX, con los cambios tecnológicos y el crecimiento del sector servicios, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo comenzó a subir de nuevo. La clave, dice Goldin, fue un cambio gradual en sus expectativas. Poco a poco, las mujeres comenzaron a ver que podían volver a trabajar después de casarse y tener hijos. La perspectiva de una vida laboral más larga hacía más rentable invertir en su educación. Hoy son más las mujeres que los hombres que van a la universidad.

La interrupción de la carrera debido a la maternidad es, según Goldin, una de las principales razones de las diferencias de ingresos (entre hombres y mujeres, y también, naturalmente, entre mujeres y mujeres). La invención de la píldora anticonceptiva fue, por eso, un factor determinante para que la brecha de género se acortara.

Las diferencias subsisten, sin embargo, más allá de lo que puede explicarse por las diferencias observables en ocupación, experiencia y otras variables. Paradójicamente, el empleo en el sector servicios, que ha incrementado la participación de las mujeres en el mercado laboral, puede haber incrementado también ese residuo no explicado porque es más fácil medir la productividad física en la agricultura o en la industria que en muchas ramas de los servicios. Por eso, es más común en los servicios el pago por tiempo dedicado que por productos entregados. Y quizás la tendencia entre las mujeres a buscar mayor flexibilidad en los horarios y otras condiciones de trabajo sea la causa última de lo que, a simple vista, parecería una discriminación salarial.

Un acierto de la Academia Sueca la elección de Claudia Goldin como premio Nobel de del 2023.



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Iván Alonso es economista