Alexander Huerta-Mercado

La saga del Rey Arturo es parecida a las de los superhéroes de las historietas actuales; tiene varias versiones en las que aparecen diferentes personajes y hay distintas versiones de origen. Lo que queda siempre claro es que se trata del camino de quien ha sido predestinado, de la lucha por el bien y de la imperfección de los héroes; es decir, no habla de la monarquía británica, hoy popular en los medios, sino de la condición humana.

En la versión de Thomas Malory, “La muerte de Arturo”, llevada hermosamente a la pantalla por John Boorman en la película “Excalibur”, una escena describe el matrimonio de Arturo con Ginebra ante una gran cruz en la iglesia. Merlín, mentor de Arturo y gran mago, no entra a la iglesia y se siente incómodo. Morgana, hermana de Arturo y también experta en , se interesa en saber qué inquieta al druida más famoso de la literatura. “Se están casando ante un solo Dios, ya nuestro tiempo de magia ha pasado, seremos solo una parte oculta, el mundo se ha invertido”. Así, Merlín anunciaba algo propio de tradiciones cíclicas; es decir, el mundo de cabeza. En su caso, uno donde la se convertiría en la vía oficial y sería un camino institucional a lo sagrado; mientras que la magia sería vista como superstición y, luego de miles de años de hegemonía, como algo literal y simbólicamente oculto.

Tradicionalmente, la religión ha sido vista como un camino institucional hacia lo sagrado, en donde el ser humano ha aceptado el poder y la voluntad de la divinidad, o las divinidades, y en donde ha podido resolver las inquietantes preguntas existenciales sobre el sentido de la vida o el destino del alma. La magia, por su parte, ha sido definida como un arte de convocatoria de espíritus para que obren un servicio a pedido de un cliente, de manera muy práctica y con la intermediación de un especialista que puede ser un chamán, un brujo, un druida o un iniciado.

Como antropólogo, me atrevería a decir que la gran difusión de Internet y la ilusión de omnipresencia que da, sumada a la idea de permanencia de la ‘imagen eterna en la red’, así como del poder para dar soluciones a la mano, ha cubierto una serie de funciones prácticas que por siglos han tenido los sistemas de creencia en lo sobrenatural; pero para nada los han reemplazado.

Durante la pandemia, la hegemonía de Internet en medio de la incertidumbre fue un vehículo para que volvieran tutoriales para hacer oráculos –manifestaciones que son formas de llevar a cabo de manera escrita una suerte de psicología positiva combinada con magia– y, claro, para una fuerte revitalización del horóscopo. Por otro lado, se han intensificado las disciplinas orientales de la meditación y búsqueda de paz interior de manera individual, pues lo que se ha incrementado en el mundo moderno es la ansiedad.

Paralelamente, la religión institucional ha sufrido un efecto similar al de las ideologías políticas conservadoras, que ahora son vistas por los jóvenes con sospecha y crítica, y paulatinamente ha sido reemplazada por posturas ligadas a la superación personal, la lucha por derechos y la posibilidad moderna de “hacerse cargo de uno mismo”. La espiritualidad colectiva ha dado paso a la búsqueda individual, al menos en esta complicada etapa de la historia humana.

Aun así, la religión para los creyentes y los no creyentes tiene un impacto en la forma de percibir el mundo en la cultura peruana y está presente en los jóvenes y en la forma en la que han sido formados, ya sea en percepciones morales, ya sea en un persistente y angustiante sentido de culpa, o ya sea en el respeto a las relaciones filiales. Mi gran pregunta será entonces cómo cambiarán los conceptos de “hacer el bien” –o el “bien” mismo– en tiempos en los que todo se relativiza y en donde el libre albedrío se vuelve un valor en sí.

No creo que esto marque el retorno de la magia, ni el fin de la religión. Muy por el contrario, nos indica que, mientras más sabemos, más preguntas tendremos y más necesitaremos de aquello que no pertenece, ni a este espacio, ni al ciberespacio. El hecho de que los curanderos urbanos ofrezcan amarres amorosos, que hacer manifestaciones escritas garantice que se cumplan los deseos, que leer cartas por Internet prediga el futuro y que ser Aries garantice una personalidad avasalladora no hace sino indicarnos que nuestro concepto de ‘realidad’ es mucho más amplio que el que la ciencia puede darnos.

Aún miramos hacia nuestro interior en busca de respuestas. Pienso que es tiempo de escucharnos, de entendernos, de también buscar consensos en nuestra búsqueda espiritual para un mundo mejor. Tal vez todos busquemos lo mismo en aquel ‘otro mundo’ o, como alguna vez le dijo el mago Merlín a un desolado Rey Arturo, “cuando te sientas en confusión, aprende todo lo que puedas”.

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo, PUCP