(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Fernando Rospigliosi

Ni la visita del Papa, ni el año y el Gabinete de la reconciliación parecen inducir a Keiko y Kenji Fujimori a amistarse. El futuro del fujimorismo está en cuestión por esa pelea que no es, como supusieron algunos adictos a las teorías conspirativas, una simulación para engañar a la opinión pública.

En los últimos días, los mutuos ataques están pasando a mayores, tocando asuntos muy sensibles. Por ejemplo, los partidarios de Kenji, aprovechando las recientes declaraciones de un ex informante de la DEA, respaldarían una comisión del Congreso que investigue al ex secretario general de Fuerza Popular Joaquín Ramírez y otra que indague los aportes a ese partido, temas que ya están siendo investigados por la fiscalía, pero que en el Parlamento tendrían una connotación pública que sería aprovechada por los adversarios del keikismo. (“Facción de Kenji apoyaría investigar a Joaquín Ramírez”, “Gestión”, 18/1/2018).

Por ahora son solo amenazas, pero muestran hasta dónde están dispuestos a llegar los adeptos a Kenji, tocando temas que podrían ensuciar a Keiko y que sin duda la irritan hasta el paroxismo.
Por su parte, los keikistas no han ahorrado recriminaciones y acusaciones contra Kenji, golpeándolo en su flanco más débil, su respaldo al desacreditado gobierno de Pedro Pablo Kuczynski (PPK). Así, le han imputado ser encubridor y vocero de un presidente corrupto, ser desleal con la bancada y de estar en la práctica fuera del partido. (“Facción keikista lanza duro golpe contra Kenji”, “Correo”, 16/1/2018).

En suma, en los hechos el fujimorismo ya está dividido. No solo no coordinan entre sí, sino que tienen posiciones totalmente divergentes respecto al Gobierno y a la situación política, y se atacan públicamente con diatribas cada vez más fuertes.

Los keikistas tratan de forzar la renuncia de Kenji y los suyos, y estos se resisten. Creen que si se llega a un desenlace fatal sería mejor que los expulsen para victimizarse: dirían que ellos se sacrificaron por la libertad de su líder histórico y por la gobernabilidad, y tuvieron que pagar un precio quedándose sin bancada, flotando en el limbo parlamentario.

Entretanto, Alberto Fujimori discretamente optó por internarse nuevamente en la clínica, para reforzar la justificación del indulto humanitario, reducir las críticas por su alojamiento en una mansión en La Molina y no verse públicamente involucrado en las broncas de sus hijos. Pero sin duda debe estar trabajando para consolidar a Kenji. Su aspiración máxima, por supuesto, sería que su hijo tome el control del partido dejando a Keiko maniatada aunque con el liderazgo formal, y él mismo convertirse en el poder tras el trono de una organización unificada. Pero eso, tal como están las cosas, no parece ser factible en este momento.

El asunto es que las lealtades ahora están casi exclusivamente en función de las expectativas que suscita el líder, es decir, si es la locomotora que puede llevar a esos vagones al gobierno o al Parlamento o a otras ubicaciones. Las adhesiones por afinidades ideológicas o políticas son cada vez más débiles, así como la pasión y el fervor por el jefe carismático. Un ejemplo es la situación de Alan García, que después de su derrota electoral del 2016 y su oscuro futuro ha dejado de mandar indiscutidamente en el Apra como lo hacía antes.

En ese sentido, los dos fracasos electorales de Keiko minan su liderazgo, porque se pone en duda sus posibilidades en la siguiente elección. No obstante, las probabilidades de Kenji como candidato presidencial –y su capacidad de llevar a sus prosélitos al Congreso o a otros puestos– son muy nebulosas todavía. Así las cosas, varios dudan todavía y no se deciden a tomar partido.

Otro sí digo. Algunas respuestas de la población limeña a la última encuesta de Ipsos parecen corroborar la conclusión expresada en esta columna la semana pasada: ha habido algunos avances, pero la seguridad ciudadana no ha mejorado sustancialmente en lo que va del gobierno de PPK. Cuando se pregunta en una serie de rubros si las cosas están mejor, igual o peor en los últimos 12 meses, el 77% responde que la seguridad ciudadana está peor. Los resultados de la encuesta la colocan en el último lugar, incluso por debajo del insoportable tránsito limeño. El principal problema de la ciudad es, de lejos, la inseguridad con 82%. Así, la percepción ciudadana parece confirmar la realidad, a pesar de la intensa propaganda y las muy buenas campañas de relaciones públicas.