La abusiva prisión preventiva contra Ollanta Humala y Nadine Heredia los va a beneficiar políticamente. A la postre, la opinión pública va a considerarlos víctimas y les retribuirá endoses políticos que, ciertamente, no merecen. Sin el beneficio de esta tropelía, difícilmente podrían salir en buen pie de un severo juicio de la historia por la pasmosa mediocridad e irresponsabilidad de su gobierno.
Humala logró llegar al poder representando a los peruanos más pobres. Lo hizo con el mensaje equivocado y en esa medida es saludable que haya traicionado sus propuestas, pero lo que resulta imperdonable es que, a la par, haya soslayado la representación de los humildes, quienes merecían un gobierno capaz de emprender ansiadas reformas en su beneficio.
El suyo fue un fiasco reformista, ya que no fue capaz de movilizar algún músculo estatal para dar inicio a los cambios urgentes que el país requiere para empezar a recorrer un camino sostenido hacia la modernidad.
La ruta está trazada: si alguien quiere efectivamente poner en orden los enjuagues mercantilistas que les permiten a los poderosos hacer de las suyas y obtener irregulares ganancias, pues deberá tener el empaque de hacer reformas liberales –de mercado e institucionales– y pisar todos los callos necesarios.
De eso, ni el segundo fujimorismo, ni Toledo, mucho menos García (quien se dedicó a pichicatear grupos empresariales) y por supuesto tampoco Humala. Lo grave en el caso del último es que supuestamente albergaba un aire de cambios radicales dada su aparente consciencia de que el statu quo debía ser modificado.
Salvo una relativa tecnocratización de los programas sociales o una tímida puesta en escena de cambios educativos, lo suyo fue nulo de nulidad. Ninguna ventisca para ampliar y profundizar el mercado y así trastocar de pies a cabeza el orondo sistema mercantilista que nos gobierna por décadas.
No basta para su redención que no haya recalado en el chavismo que iluminó sus propuestas aurorales. Si al menos hubiera conservado su aparente espíritu contestatario y lo hubiera llevado a la práctica, el suyo tendría un mejor lugar en el sitial de los gobiernos del Perú.
Encima, embarcó al país entero en una aventura de megaproyectos megalomaníacos, teñidos no solo de corrupción, sino muy onerosos y que pagarán varias generaciones de peruanos (Talara, gasoducto, etc.).
Desde un inicio, Humala y Nadine Heredia se sintieron encantados de ser arrullados por los sectores sociales más interesados en que nada cambie. La “inclusión social” fue sustituida por la inclusión en las páginas de sociales. Hicieron suyo el sueño de vivir como clase media alta, sin derramar una gota de sudor laboral (hay que recordar además que cuando se apropiaron de dineros ilícitos aún decían mantener en alto las banderas de los oprimidos del país).
Se enriquecieron patrimonialmente de modo irregular, utilizando dineros de campaña en beneficio propio. Por ello, al final de su proceso judicial seguramente serán condenados, a menos que sigan acaeciendo despropósitos judiciales como el que acaba de perpetrar el juez Concepción Carhuancho, que sin duda servirá de argumento para la impunidad.
La del estribo: qué manía de algunos congresistas de pergeñar proyectos absurdos. Ahora quieren crear un colegio de historiadores, capaz de sancionar opiniones o de maniatar el libre ejercicio académico. Un disparate por donde se le mire. Como toda pretensión corporativista, es inaceptable.