Editorial: Atiza a los compañeros
Editorial: Atiza a los compañeros

Las derrotas son siempre difíciles de digerir. Sobre todo, para quien ha estado acostumbrado a las victorias o por lo menos a las atropelladas de último momento que lo dejaron a las puertas del triunfo. Lo que suele ocurrir en esos trances es que el derrotado busca responsabilizar de su revés a alguien más o darle a la batalla perdida alguna dimensión épica que mitigue los naturales sentimientos de frustración que suscita.

Pues bien, ese parece ser el caso del líder aprista, Alan García, quien tras haber quedado quinto en las elecciones del 10 de abril, ha dirigido una carta abierta a sus compañeros de partido en la que, en un esfuerzo por explicar el contraste que esa performance electoral representa para quien ha ganado dos veces la presidencia y ha llegado una vez a la segunda vuelta en circunstancias harto difíciles, ha combinado los dos recursos antes mencionados.

Ya durante la campaña, el ex mandatario había exhibido una inclinación a atribuir la culpa de su poca fortuna a otros. La baja intención de voto que le asignaban las encuestas, por ejemplo, se la achacaba a una suerte de confabulación entre las empresas que las realizaban y los medios que las divulgaban. Pero tras conocer los resultados de la primera vuelta, viajó fuera del país en lo que daba la impresión de ser un intento de tomar distancia de lo sucedido para ofrecer luego una reflexión más serena, acorde a su experiencia política. No ha sido ese exactamente, sin embargo, el tenor de lo comunicado a sus correligionarios en su carta.

En ella, en efecto, García recuerda que sus anteriores victorias electorales supusieron para él y su partido romper “el veto antiaprista de tantos decenios”, así como enfrentar “la enemistad y la desconfianza de la derecha, [y] el celo y el odio comunista”, para luego rematar esas consideraciones con la siguiente afirmación: “No fue posible, ahora, vencer la coalición de intereses derechistas y extremistas unidos por la obsesión de impedir al Apra alcanzar el gobierno por tercera vez”.

La verdad, no obstante, es que esa explicación adolece de varias inconsistencias. Por un lado, es poco convincente la idea de que haya existido en este proceso electoral ‘obsesión’ alguna relacionada con su candidatura, pues esta no ha pasado de ser una animadora secundaria del mismo. Las mayores confrontaciones, como es lógico, se han dado entre los punteros.

Por otra parte, la ‘coalición’ a la que alude no se vio por ningún lado. Es cierto que el antiaprismo fue un mal que afectó a nuestro país durante la mayor parte del siglo pasado, pero –como él mismo ha señalado– sus dos triunfos en las urnas permitieron superar ese prejuicio tiempo atrás. Esta vez, salvo el oficialismo y su escaso margen de maniobra, nadie ha exhibido animosidad contra el PAP o su líder.

Lo más descabellado de todo, empero, ha sido su intento de identificar “los intereses de la derecha” con el origen de esa ojeriza. Con cargo a precisar lo que cada quien entiende a partir de esa definición, es inevitable vincular, en su caso, la expresión con algo que dijo solo diez años atrás. 

“La doctora Lourdes Flores representa a la derecha de las grandes empresas del país”, señaló el ex presidente en aquella ocasión, en referencia a la lideresa pepecista a la que también solía llamar “la candidata de los ricos”. Y uno no puede menos que preguntarse cómo así, entonces, resolvió aliarse con ella para estas elecciones. Y cómo así, también, responsabiliza ahora al sector que –de acuerdo con su propio criterio– ella encarna de haber sido el principal obstáculo para llegar al poder.

Se trata, pues, de un discurso que busca la autovictimización y el enardecimiento de sus partidarios antes que la explicación racional de la fallida aventura a la que arrastró esta vez a la vieja organización política que encabeza. Un ejercicio retórico, en suma, que tiene tantas probabilidades de éxito como todos los otros que ensayó a lo largo de la reciente campaña.