Editorial: Todos los populismos, el populismo
Editorial: Todos los populismos, el populismo

La visión que la izquierda tiene de las casi seguras candidaturas presidenciales de Keiko Fujimori, Pedro Pablo Kuczynski y Alan García es que constituyen distintas modulaciones de lo mismo. Desde el Frente Amplio que lidera Marco Arana o desde el conglomerado denominado ‘Únete’, con frecuencia se escuchan afirmaciones en el sentido de que el triunfo de cualquiera de ellos supondría “la continuidad del modelo neoliberal”, lo que, habida cuenta de los problemas que tienen en esos sectores para el manejo de cierta terminología, debe entenderse presumiblemente como una alusión a la administración relativamente ortodoxa de la economía que ha caracterizado a los últimos gobiernos.

Un ‘modelo’, en efecto, supondría un esquema en el que todas las partes de una política guardasen coherencia con el principio que la anima, y si se piensa en las permanentes perforaciones que nuestra pretendida economía de mercado sufre, por ejemplo, en materia laboral o de intromisión del Estado en ciertas actividades empresariales, resulta claro que lo existe es una difusa noción general y no un modelo. 

‘Neoliberal’, por otra parte, continúa siendo una etiqueta que nadie reivindica en la arena ideológica nacional y que, en cualquier caso, no puede ser entendida como un alias relajado del liberalismo clásico, cuyos preceptos en lo que concierne a la libertad económica y el respeto al estado de derecho distan de haber sido cabalmente aplicados por gobierno alguno en el Perú.

Dicho todo esto, sin embargo, tenemos que admitir que nosotros también encontramos puntos de contacto entre las tres candidaturas antes señaladas… pero no precisamente en su disposición a llevar adelante administraciones sin concesiones al populismo o la demagogia, sino todo lo contrario. Si uno revisa, efectivamente, lo poco que han dicho la señora Fujimori, PPK o Alan García acerca de la forma ideal de gobernar el país, encuentra indicaciones de que su eventual paso por el poder estaría más bien teñido de ellas.

Recordemos, por ejemplo, lo dicho por Keiko Fujimori en mayo de este año a propósito de la iniciativa del gobierno de bajar los aranceles a determinados alimentos sujetos a una ‘franja de precios’, como la leche, el azúcar y el maíz. “Presidente Humala, al bajar los aranceles para promover la importación, dejaría desprotegida la producción nacional”, escribió en su cuenta de Twitter en aquella oportunidad la lideresa de Fuerza Popular. Es decir, casi una formulación platónica de la máxima mercantilista de costo difundido y beneficio concentrado, porque –bajo el pretexto del ‘interés nacional’- se busca gratificar a un grupo específico de productores a expensas del vasto universo de los consumidores (que son, por supuesto, tan peruanos como los productores protegidos) y que tendrían que pagar por esos alimentos un precio superior al que el mercado no intervenido permitiría.

En lo que toca a Kuckzynski, no solamente cabe evocar sus variaciones climatológicas acerca de los aciertos o defectos de la ‘ley pulpín’ (dijo que su respaldo inicial a la iniciativa tuvo que ver con el hecho de que, cuando se le hizo la pregunta, estuviera nevando en Nueva York), sino también su reciente sugerencia de elevar la remuneración mínima vital (RMV) como parte del proceso de reactivación económica: una medida que, a pesar de lo bien que suena, dificulta el acceso del 75% de la fuerza laboral del país que hoy se encuentra en la informalidad a un empleo formal, pues lo hace más costoso para el potencial empleador, por mera decisión política del gobernante.

En el caso de Alan García, finalmente, por si no fuera suficiente todo lo que dejaron en este terreno sus dos pasos por el poder (desde los controles de precio hasta las condonaciones de deudas al Banco de Materiales), podemos citar su renovada iniciativa de crear un Ministerio de la Juventud a partir del 2016: un canto de sirena entonado con los oídos de los más de 7 millones de votantes menores de 30 años que participarán en las elecciones del próximo año en mente. Y sin preocuparse por la duplicación que supondría respecto de tareas que ya cumplen otros ministerios (Educación, Trabajo, Vivienda) o por los costos de los subsidios y financiamientos ofrecidos que se les impondría a los contribuyentes

Comprobamos pues así que las distintas propuestas demagógicas de cada uno de estos candidatos obedecen a una misma lógica: la de satisfacer a un grupo específico de potenciales votantes con un discurso que mueve a pensar que la propuesta beneficia a todos, cuando en realidad le impone a la mayoría costos injustificados y absurdos. Esto es, una única lógica populista. Pero suponemos que eso la izquierda no querrá mencionarlo.