Keiko Fujimori
Keiko Fujimori
Editorial El Comercio

Los signos de la crisis de (FP) tienden a multiplicarse día a día. A la renuncia del congresista Francisco Petrozzi a la bancada y la licencia pedida por Daniel Salaverry a esa misma instancia, comentadas aquí , han venido a sumarse en las jornadas siguientes la renuncia del secretario general del partido, José Chlimper, la puesta a disposición de sus cargos de las voceras del equipo parlamentario –Úrsula Letona, Karina Beteta y Alejandra Aramayo– y el reemplazo por tiempo indefinido del comité político y el comité ejecutivo nacional de la organización por un comité de emergencia.

Asimismo, la ciudadanía ha tomado conocimiento de una dramática declaración en la que el legislador Rolando Reátegui sostiene que “ante el desamparo de la alta dirigencia del partido” se ha visto obligado a decir toda ‘su verdad’ ante la fiscalía, mientras la información sobre un grupo de hasta 30 congresistas insatisfechos con la conducta de FP hacia el gobierno de Peruanos por el Kambio (PpK) desde su instalación ha llegado a los medios.

Es indudable que las razones de esta crisis venían incubándose de tiempo atrás, pero resulta sintomático que su afloramiento haya sido inducido por la detención preliminar de la líder del partido. En general, la desarticulación de la estructura de la organización y el desbande en proceso que ha tenido que enfrentar de pronto el fujimorismo sugieren que lo que mantenía unido hasta ahora a ese conglomerado político no era un cuerpo de ideas o una visión común sobre el destino del país, sino determinadas expectativas sobre las posibilidades electorales de la señora en tanto candidata presidencial y su eventual capacidad de arrastre con respecto a la lista parlamentaria que pudiera acompañarla en alguna futura postulación.

Desde luego, la suerte de un líder partidario afectará siempre al colectivo político que encabeza, pero a nadie se le ocurriría que el partido conservador británico o el demócrata estadounidense podrían ver amenazada su supervivencia si sus ocasionales dirigentes máximos enfrentasen un problema judicial. Y sin necesidad de ir tan lejos, pensemos en lo que sucedió, para bien o para mal, con partidos peruanos como el Apra, Acción Popular o el PPC después de la desaparición o el retiro de sus líderes máximos.

Se podrá decir que, en el fujimorismo, esa figura correspondería en realidad a Alberto y no a Keiko Fujimori. Pero lo cierto es que él nunca fundó un partido con pretensiones de proyectarse al futuro (de hecho, fundaba uno nuevo antes de cada proceso electoral), mientras que esa sí fue –en el discurso, al menos– la aspiración de su hija. Una aspiración jaqueada ahora por sus vicisitudes personales.

Para ilustrar lo que podría producirse pronto a propósito de FP, se ha recordado en estos días el destino de otras organizaciones que estuvieron alguna vez en nuestra historia inextricablemente ligadas a la vigencia política de sus líderes, como el MDP de Manuel Prado Ugarteche o la UNO del general Odría. Pero la verdad es que no hace falta retroceder tanto en el tiempo para encontrar ejemplos de esa falta de institucionalidad en los colectivos que han tentado el poder en nuestro país. Basta observar lo sucedido con Perú Posible, el Partido Nacionalista o PpK tras el destape de los problemas de sus respectivos líderes con la ley para comprobar que el mal que afecta hoy al fujimorismo es transversal a las organizaciones políticas nacionales.

Nadie puede celebrar el caos que promete para el futuro inmediato la eventual desarticulación de un partido que ostenta la mayoría absoluta en el Congreso, pero la suerte de la señora Fujimori tendría que hacerles pensar a todos aquellos que corean en estos días que no está sola, que quizás, políticamente, siempre lo estuvo. Y por propia decisión. Una lección de la que deben tomar nota quienes pretendan organizarse para aspirar al gobierno en las próximas elecciones y todas las siguientes.