(Foto: Andrés Lino/Itea Photo).
(Foto: Andrés Lino/Itea Photo).
Andrés Calderón

Me encuentro en Argentina mientras escribo esta columna. Tratando de escoger el tema, pero, seamos sinceros, hoy solo puedo pensar en fútbol.

No voy a escribir sobre lo que pasa en la cancha (¿tendría algo yo que decirle al ‘Tigre’ Gareca, a Gallese, Paolo y compañía que no sea “gracias”?), sino fuera de ella. Me interesan los temas de libertad de expresión como me apasiona el fútbol. ¡Qué mejor confluencia que las graderías de un estadio!

Quien diga que la hinchada no importa en el fútbol es porque no sabe nada de fútbol… y tampoco de ser hincha, añadiría yo. La selección peruana de fútbol, no me caben dudas, está preparada para el partido del martes, ¿lo estamos los hinchas? Volveré sobre esta pregunta al final.

Las colas, la reventa y los “turistas” nos estresan a los que vamos recurrentemente al estadio. Entonces, leía el artículo de Alfredo Bullard (, El Comercio, 30/9/17), y algo no me cuadraba.

Es cierto. Usando el sistema de mercado, llegan “las entradas a quien más las valora”, sea porque le dedicó más tiempo a hacer la cola para conseguirlas o porque le dedicó más dinero comprando en reventa, “comprando cola” o pagando las colas ‘express’ (existentes en Disney y en el Vaticano). Bajo esta premisa, entonces, tiene sentido cambiar la cola física por la cola virtual, y vender las entradas por Internet como hicieron la Federación Peruana de Fútbol (FPF) y Teleticket para el partido Perú-Colombia de mañana, pues aceleran el proceso que, al final del día, culminará con revendedores llevando los boletos a quienes más lo valoran y mayor disposición de dinero tienen.

Pero el estadio no es un teatro (aunque el fútbol sí sea arte). El resultado más eficiente no necesariamente se produce cuando se venden más entradas y a mayor precio. No creo equivocarme si afirmo que los jugadores preferirían tener 50.000 hinchas eufóricos alentándolos que 50.000 asistentes pudientes.

Cambia la ecuación. Quien organiza un partido de fútbol (sea un club o una federación deportiva) puede tener un mero interés lucrativo (de visión de corto plazo) y le importará únicamente que las entradas se vendan. Pero si aceptamos que también importa el apoyo a los jugadores y que eso puede influenciar en el resultado (y a más exitoso, más lucrativo el equipo a largo plazo), entonces también conviene tener una concurrencia leal que haga sentir su apoyo al equipo.

¿Qué hacemos entonces? Creo que la solución pasa por un esquema mixto: Una parte de las entradas van a quienes más están dispuestos a pagar y otra se reserva a los fanáticos fieles. ¿Cómo? Asegurando un número de entradas a las barras oficiales y vendiendo entradas a quienes demuestran un interés sostenido. Por ejemplo, abonos al inicio del torneo, o manteniendo un porcentaje de entradas a la venta vía cola física (asequible a quienes no tienen acceso a medios de pago electrónicos), y limitando su reventa (tickets con DNI, por ejemplo).

No es el único sistema posible, y ciertamente no debería ser obligatorio. Depende de qué es lo que quiera cada club. Pero me aventuro a pensar que eso es lo que quiere la FPF: un combo que permite ingresos económicos y asegura el aliento a los jugadores desde la tribuna.

Retorno a la pregunta inicial. Mañana seremos aproximadamente 50.000 los privilegiados en el Nacional. Nunca vi a mi selección en un Mundial. Tampoco vi a un equipo demostrando tanto pundonor y sacrificio por llegar ahí. Mañana no vamos a cambiar el esquema de ventas de entradas. Pero lo que sí podemos hacer los 50.000 privilegiados es justificar nuestro lugar en la “casa de la selección”. Le pedimos a los futbolistas que dejen el alma en la cancha. Dejemos nosotros la garganta.