“Si emerretistas se iban a Cuba, quizá hoy serían congresistas”
“Si emerretistas se iban a Cuba, quizá hoy serían congresistas”
Paulo Rosas Chávez

era uno de los 72 rehenes que ese día cumplían 126 jornadas bajo el secuestro del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) en la residencia del entonces embajador japonés, Morihisa Aoki. La madrugada del 22 de abril de 1997, el entonces canciller sabía que un comando especial de las Fuerzas Armadas buscaría rescatarlos ese día.

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“Eso me produjo una gran tranquilidad y fue la noche que mejor dormí”, recuerda. A la mañana siguiente, sin embargo, le regresó la angustia: él sabía que había un terrorista, apodado ‘Coné’, cuya única misión era matarlo en caso ocurriera una incursión militar de rescate.

Por ello, a Francisco Tudela se le ocurrió cambiarse de cuarto cuando llegara el momento. Los nervios hicieron que el canciller prefiriera no almorzar, pero luego pensó, como sabía que sus probabilidades de morir eran muy altas, “qué más da” y comió un seco con arroz. Todo eso como preludio a la operación Chavín de Huántar.

—¿Cómo vivió los momentos antes del rescate?
Primero, se intercambiaron los mensajes en clave para el inicio del ataque. Se abrieron las puertas de la terraza y en ese momento es cuando ya se dio la última clave para el ataque. Yo me mudé de cuarto, abandoné el lugar donde estaba y me escondí detrás de una columna que estaba cerca de la puerta del baño. Después hubo una detonación en el primer piso. Yo tenía que huir porque [Néstor] Cerpa Cartolini me había dicho que me mataba de todas maneras.

—¿Es ahí que le dispararon?
Yo salí por la puerta que se abrió con la explosión, subí a la terraza. Me eché sobre esta y me deslicé. En el curso, los tres primeros comandos que habían entrado me sobrepasaron. El segundo de ellos hizo un gesto para acercarse a mí y yo le dije que no. Pero después he sabido que el segundo era Valer y que la finalidad del gesto era que yo saliera de la línea de fuego de ‘Coné’, que hacía todo lo posible por matarme.

Él lanzó una granada que estalló en el aire. [...] Me dispararon 3 veces, la primera me rozó el brazo y la segunda vez impactó junto a mi cabeza y me llenó los ojos de polvo. Ya cuando llegué a las escaleras, en ese momento, se jaló el gatillo y me dio en la pierna y se llevó dos pulgadas del peroné.

Luego escuché que dijeron a mis espaldas: “¡Le han dado al comandante!”. Entonces giré y vi boca arriba a un oficial que yo conocía junto a la puerta metálica de entrada a la residencia. Entonces había que evacuarlo y yo dije que lo pasen sobre nosotros. Entonces, Valer fue pasado de mano en mano por las escaleras. Después de eso, bajé gateando, llegué abajo y dos comandos me señalaron el lugar donde debía ir a protegerme en el jardín. Me puse de pie, no tenía ningún dolor, caminé cuatro pasos y sin saber por qué me desplomé. Claro, me faltaba un pedazo del hueso en la pierna. Entonces me fui gateando al sitio que me habían asignado, donde otro compañero de cautiverio me hizo un torniquete con mi correa y esperamos el fin del combate.

—¿Qué pasó luego del rescate?
Cuando terminó el combate, fui evacuado. En un momento, creo que por la cantidad de adrenalina que uno tiene en el cuerpo, no sentí dolor. Al revés, sentí un gran entusiasmo de haber sido liberado. Después de 4 meses de estar por primera vez al aire libre y ver el sol. Estuvimos cuatro meses dentro del  cuarto, en unas condiciones higiénicas espantosas, durmiendo en el suelo, sin electricidad, sin agua ni corriente. Estar al aire libre y respirar el aire fresco de la tarde fue como estar en el cielo.

—Durante el cautiverio, formaron un grupo junto con el vicealmirante Luis Giampietri.
Hicimos un pequeño Estado Mayor para poder estudiar las decisiones que debíamos tomar. Naturalmente, había cosas que no decíamos a todo el mundo porque, en el fondo, comprendíamos cuál iba a ser el desenlace. No teníamos esperanzas debido a la intransigencia del MRTA.

—¿Es cierto que había infiltrados del MRTA en la fiesta?
Cuando salió en la radio que los mayordomos que habían atendido en la recepción eran interrogados por seguridad del Estado, Cerpa me llamó, se rio y me dijo: “¡Siempre se la agarran con el proletariado! Pero nosotros teníamos dos personas en la recepción”. Nunca me dijo quiénes eran, pero lo intuíamos, no teníamos la certeza.

—¿Cabía la posibilidad de que ellos estuvieran como falsos rehenes?
Es lo que yo creo. Yo tengo la certeza de que había falsos rehenes.

—Se comentó mucho el papel  del consejero del embajador Aoki, el señor Hidetaka Ogura.
No sé si el consejero del embajador era un infiltrado. Lo que sí sé es que era un convencido marxista-leninista que estudiaba a [José Carlos] Mariátegui y que naturalmente sentía simpatía por los terroristas. Literalmente convivía con ellos e iba a informarle [sobre eso] al embajador Aoki en japonés, o sea que yo no entendía nada. Una vez al día le hacía un reporte completísimo, me imagino que de todo lo que había escuchado conviviendo con los terroristas.

—¿Y cómo lo tomaron ustedes?
Desde nuestro pequeño grupo no comunicábamos nada porque teníamos miedo de que eso pudiera producir pánico o una división entre los rehenes, o que gente asustada fuese y le dijese a los terroristas que trataran de evitar un desenlace que los asustaba. Entonces, la comunicación con Ogura fue como con todos los rehenes, en el sentido de no informarle nada.

—¿Usted considera que fue la experiencia más traumática de su vida?
No, no lo es. Posteriormente he tenido experiencias más traumáticas, pero sí es una experiencia fuerte. Uno se siente bien de haberlo superado y yo me siento bien de haber logrado escapar, de no haberme paralizado y no dejarme matar. Pero no siento que haya tenido un trauma descomunal.

—¿Y qué rescata de todo ello?
Creo que un aspecto que se ha escapado de todo es el ‘impasse’ político que la toma de la residencia representó para el Perú. Nuestro país había luchado durante doce años contra el terrorismo y lo había vencido, pero súbitamente el MRTA secuestró la residencia y pidió la liberación de todos sus jefes y prisioneros y demás cosas imposibles de cumplir. Esto era políticamente un reto no solo al Gobierno, sino a toda la sociedad peruana y eso explica su duración. Si el Perú capitulaba, perdía todas las victorias alcanzadas en 12 años de guerra contra el terrorismo.

—¿Desde un inicio consideraron el rescate militar?
Era inevitable. El Japón logró maniatarle las manos al Gobierno del Perú con el acuerdo de Toronto, por el cual el Perú no podía emprender una acción militar ni emplear la fuerza siempre y cuando los terroristas respetaran la integridad física y psicológica de los rehenes. Un par de semanas antes del rescate, Cerpa Cartolini prohibió la entrada de médicos y había rehenes que estaban gravemente enfermos. Eso violaba el acuerdo y los terroristas lo sabían, pero probablemente por arrogancia no lo tomaron en serio o no lo interpretaron correctamente.

—¿Cree que la Cruz Roja o el Japón tenían interés en emprender un rescate militar?
Había un interés en forma gradual. Yo conversé después con el primer ministro japonés y él me señaló que comprendía perfectamente el desenlace. Es decir, en ningún momento supuso que no iba a ver un desenlace militar, pero su deber como primer ministro era evitarlo y tratar de sacar ilesos a sus ciudadanos. Ellos intentaban preservar la vida de sus ciudadanos.

En cuanto a la Cruz Roja, me imagino que también tenían la esperanza de que la solución fuese pacifica, pero esta no podía darse por la intransigencia del MRTA, que jamás cedió en sus demandas a pesar de una carta que Fidel Castro les mandó para decirles que les daba la bienvenida en Cuba.

—¿Por qué cree que los terroristas no aceptaron la propuesta de Castro?
Estos cuatro cabecillas del MRTA no cedieron porque había una relación psicopática entre ellos. Había dos que eran muy violentos, que eran ‘Tito’ y ‘Salvador’, y había dos que eran unos asesinos redomados,  que eran ‘El Árabe’ y Néstor Cerpa. Se tenían miedo entre ellos. Tengo yo la impresión de que ‘El Árabe’ y Cerpa se pusieron intransigentes porque tenían miedo a la intransigencia de los otros dos. Es decir, no había consenso entre ellos y eso precipitó el final.

—¿Cómo actuaban esos cuatro cabecillas terroristas en la residencia?
Había una fractura. Cuando a mí me hicieron un ‘juicio popular’, me lo hacen Cerpa y ‘El Árabe’, y evidentemente eso lo negociaron entre ellos. Si lo hubiesen hecho ‘Tito’ y ‘Salvador’, me metían un tiro en la nuca. Esa fractura se notaba en varios aspectos de la relación entre ellos.

Imagínese aceptar la oferta del Gobierno: se iban a Cuba, no habían matado a nadie en la residencia y el prestigio que hubieran tenido dentro del mundo de la izquierda marxista-leninista hubiera sido enorme. Probablemente hoy serían congresistas y no lo digo en broma.

Pero el hecho es que optaron por una vía que no tenía ningún sentido y que los conducía directamente a la muerte. ‘Tito’ y ‘Salvador’ tenían una vocación fanática, un culto a la muerte. Eso hizo imposible que los cuatro buscaran una salida honrosa  a la crisis, porque el Gobierno sí hubiera estado dispuesto a aceptar una salida en la cual el MRTA se lavaba la cara y se iba sin entregar ningún terrorista que hubiera cometido hechos de sangre.

—¿Cuál su reflexión final sobre lo que celebraremos hoy?
Los comandos de Chavín de Huántar son unos héroes y no merecen la forma como han sido tratados durante 20 años. La gente ve los juicios, lo que no ve son las carreras destruidas, los ascensos perdidos, las familias angustiadas, decenas de oficiales con su carrera arruinada para siempre. ¿Por qué? Por haber puesto el pecho y haber dado la batalla final contra el terrorismo y haberla ganado de manera brillante y extraordinaria. Eso es una cosa que no se ha reflexionado, la guerra contra el terrorismo del Perú terminó el 22 de abril de 1997.

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