El derecho de disentir, por Cecilia Valenzuela
El derecho de disentir, por Cecilia Valenzuela
Redacción EC

La última semana vivimos, realmente, una situación peligrosa y tensa. El tema del chileno exaltó la emotividad y el carácter intemperante del presidente Humala.

El lunes, felizmente, las aguas tornaron a su nivel y el tema está ahora en manos de nuestra diplomacia.

Sin embargo, en el acaloramiento, la labor de la prensa volvió a ser cuestionada por el presidente. En el embate lo acompañaron algunos civiles reclamando el silencio de los críticos, en nombre del “interés nacional”.

Según tales opiniones, los periodistas no debemos criticar la política exterior de nuestro país. Y hasta debimos habernos creído el cuento de que el gobierno intentó, y hasta hizo lo imposible, para que América TV no difundiera un caso que tan oportunamente cambió los titulares. ¡Por favor! Quien tiene alguna experiencia periodística sabe que un equipo de televisión no entra a una sala de audiencia en un tribunal militar, donde están juzgando a un traidor, sin que no medie una orden superior.

A inicios de 1995, Ecuador invadió territorio nuestro, el gobierno de entonces fue sorprendido y creyó que podía desalojar a los intrusos, como lo había hecho Fernando Belaunde en 1981, en cuestión de días. Fujimori debía enfrentar electoralmente, ese mismo año, al prestigioso Javier Pérez de Cuéllar: El embajador venía de ser secretario general de la ONU.

Al día siguiente de confirmarse la invasión, ni a Montesinos ni a la cúpula militar, encabezada por el general Hermoza Ríos, les fue difícil vestir a Fujimori con uniforme camuflado y enrumbarlo a la frontera. Desgraciadamente, el helicóptero del presidente del Perú solo pudo bajar en Jaén. Los ecuatorianos se habían fortalecido en las alturas y desalojarlos no resultaría nada fácil.

En ese contexto, entrevisté para “Caretas” al general Walter Ledesma; él había sido agregado militar en Israel al mismo tiempo que Paco Moncayo, el jefe del ejército invasor.

En la entrevista Ledesma habló de las capacidades del comandante enemigo y sus declaraciones reforzaron la tesis de que Ecuador se había preparado de antemano, con asesoramiento israelí, para hacernos la guerra. Tras la publicación, el gobierno montó en cólera, el Servicio de Inteligencia peruano no se había percatado del avance de los ecuatorianos; entonces, con el apoyo de la prensa que ya tenía comprada, gritó, “traición” y enjuició y encarceló al general Ledesma.

Nosotros no nos acobardamos, seguimos informando desde adentro del conflicto. Publicamos una carta del jefe de la comandancia de Bagua, el general Bladimiro López Trigoso, en la que se quejaba de la falta de suministros. Bajo el argumento del “interés nacional” los periodistas lambiscones, los que se bañaron en la Cueva de los Tallos, persiguieron hasta obtener el castigo a López Trigoso.

Después de decenas de muertos, del heroísmo de nuestros soldados, de la calidad de nuestros diplomáticos y de cientos de millones de dólares, los enfrentamientos se suspendieron. Más adelante el acuerdo de paz fue una realidad.

Pero las debilidades del SIN y de la cúpula militar de entonces jamás fueron desmentidas.