IÑIGO MANEIRO LABAYEN
Copacabana suena a trópico, a salsa, a sensualidad y a calor. Tiene un poco de todo, pero, a diferencia de la ciudad brasileña, se encuentra a casi cuatro mil metros de altura, en el Altiplano boliviano, en una amplia y hermosa bahía que se abre al lago Titicaca.
Su iglesia, dedicada a la Virgen de Copacabana, es monumental, de un tamaño que no se condice con el que tiene la localidad. Su interior posee un rico arte religioso que no ha sido opacado por los robos que ha sufrido recientemente el templo. Dentro de la iglesia me encontré con Pedro, un franciscano vasco, originario de mi ciudad, que lleva años viviendo en la selva boliviana. Su presencia en esta parte del Altiplano obedece, según me cuenta entre sorpresas y risas que llenan la iglesia, a que los principales sospechosos del último robo fueron los mismos franciscanos.
Copacabana es el punto de inicio más importante de las experiencias que se ofrecen en el lago Titicaca, principalmente en las islas del Sol y de la Luna.
Desde su embarcadero, lleno de pedalones que usan los lugareños en sus momentos de ocio, salen decenas de embarcaciones que, una hora después, llegan a los dos principales destinos turísticos de esta parte de Bolivia.
PERDIDOS EN LA MITAD DE LA ISLA La Isla del Sol es el más importante de todos ellos. Formada por cuatro comunidades aimaras que se dedican a la agricultura, a un incipiente pastoreo y, sobre todo, a la actividad turística, la isla ofrece al viajero todo lo que necesita, desde pizzerías hasta lodges y hotelitos, algunos ubicados en la parte alta y otros junto a las playas de arena y piedra que posee la isla.
A lo largo de ella hay diferentes senderos que los pasajeros recorren para visitar varios sitios arqueológicos como las fuentes del inca o la Puerta del Sol, lugares donde las vistas del lago y los atardeceres son de especial belleza, la pequeña iglesia que es el centro de toda la isla y caminos generosos en flores y plantas adaptadas a la altura.
La Isla del Sol nos ofrece, sobre todo, el aislamiento necesario después de un viaje intenso por Bolivia. En ella los comuneros preparan almuerzos y cenas con productos sacados directamente de la chacra o de las frías aguas del lago, como los pequeños peces ixpi o la trucha. A pesar de la altura, todo es generoso, lo que nos ofrece la tierra, el sol, el agua y su gente.
Y todo ello se vive sobre todo en La Estancia, un pequeño lodge ubicado en el mejor lugar de la Isla del Sol, que mira directamente a su hermana, la Isla de la Luna, donde sentarse en las bancas de madera frente a la inmensidad que nos rodea es el mejor de los lujos.