A continuación, el honesto testimonio de Alejandro Miró Quesada Garland (1915-2011), ex director del diario, en torno a los sucesos de ese 27 de julio de 1974, día en que el gobierno militar de Velasco Alvarado confiscó varios diarios de Lima, entre ellos El Comercio, entonces con 135 años de intensa historia detrás:
Cuando recién se produjo la revolución del 68, Juan Velasco Alvarado nos invitó a mi primo Pedro y a mí a almorzar. Recuerdo que me tuteó y yo le contesté tuteándolo también, pero parece que eso no le gustó. Después lo vi muy pocas veces hasta 1969, cuando se promulgó el decreto de ley de Imprenta, el Estatuto de Prensa, que significó el silenciamiento de la libertad de prensa, paso previo a la confiscación de Expreso.
Si hay dos cosas que no pueden ir juntas son las dictaduras y la libertad de expresión. Con el pretexto de defender la libertad de prensa, Velasco, el 31 de diciembre del 69, da una ley de imprenta, irónicamente titulada: “Estatuto de la Libertad de Prensa”. Precisamente su objetivo era restringirla y que permitiera a los pocos meses, la toma del diario Expreso para convertirlo, decía Velasco, en “el mastín que tenía contra la oligarquía”. Se hizo la incautación para supuestamente dar los medios de comunicación a los obreros, a los campesinos, a los empleados. Pero la verdad es que nunca se dio nada a ellos. Todo el control lo tuvo siempre la dictadura.
Cuando Fidel Castro viaja a Chile a entrevistarse con Allende, de regreso se detuvo en el aeropuerto de Lima. Según versiones de un testigo presencial, al darle a conocer Velasco los problemas que tenía con los periódicos, Fidel le dijo que no podía gobernar con prensa libre. El planeamiento para el control de todos los periódicos, ya no solo de Expreso, se formuló en ese momento, y es en Cuba donde se discute y se ve la forma en que se puede hacer. No es mera coincidencia que justo el 27 de julio, en la madrugada, cuando se tomaron los periódicos, llegara a Lima Raúl Castro y al día siguiente regresara a La Habana, como diciendo misión cumplida.
El día de la incautación, el director de la PIP se presentó en casa para decirme: “Doctor Miró Quesada, vengo a comunicarle que el gobierno ha detectado un atentado contra la vida de su padre”. Le pedí mayores datos. “No los tengo”, respondió. Mi padre tenía 92 años, ya no salía de la casa. Ellos no sabían eso. Temían que pudiera ir al periódico y querían impedirlo porque ese día iban a tomar el diario. El policía insistió: “Su padre no debe salir”. “Vea”, le dije, “esto quiere decir que es una detención domiciliaria la que me está planteando”. Bajó la cabeza y me dijo “sí”.
En la noche fui al periódico y a la una y media de la mañana entraron las tropas. La Policía llevaba metralletas; además había como veinte o treinta efectivos de la PIP en la antesala. Mandé llamar al jefe de la operación, quien se acercó y me dijo: “Doctor Miró Quesada, cuanto lo siento. Vengo a decirte que tiene usted que abandonar el periódico”. Le dije: “Usted no me ha nombrado, a mí me ha nombrado el Directorio”. “Es que ya no hay Directorio en El Comercio”. Pero esta es la Empresa Editora El Comercio. “No es que ya no hay Empresa Editora El Comercio”. “Muéstreme usted el decreto ley”. “No puedo doctor, porque recién va a salir mañana en El Peruano”. O sea, el atropello era sin ningún papel. De frente la mano militar.
Fueron años duros porque para nosotros el periódico era el único sostén de la familia. Mi profesión de abogado y de profesor en la Universidad de Lima, me permitía defenderme, pero nada de hacer mayores gastos. Pero nosotros en la casa nunca nos quejamos. Yo debí sentir odio, pero no. En cambio, sí experimenté un sentimiento de protesta y de injusticia muy grande porque yo sabía que había dedicado mi vida al periódico y que había tratado de hacer un periodismo positivo, honesto, serio, ¿cuál era mi pecado? ¿Ser independiente?
Fernando Belaunde dijo que no dormiría en Palacio de Gobierno hasta que se devolvieran los periódicos y se restituyese la libertad de prensa. El gesto fue muy generoso de su parte, pero había un problema de carácter legal; estaban vigentes los decretos leyes 20680 y 20681 por los cuales se nos confiscaba. Entonces había que dar otra ley que derogase aquellas normas. Pero una ley no se puede ser sino cuando está instalado el Congreso. El otro problema era establecer cómo regresamos nosotros. Entonces nos reunimos los ex directores de los periódicos confiscados.
Manuel Ulloa Elías, que era primer ministro de Belaunde, había propuesto que el gobierno nos nombrara directores. Expliqué que no estaba de acuerdo porque no quería regresar como empleado público, impuesto por el gobierno. Se planteó otra fórmula; que se reconociera a los directores pasados y que estos nos ratificaran. Pero eso no era viable porque se requería la dación de una ley. Faltando pocas horas felizmente se pudo encontrar una solución. No nos nombraban, sino que nos reponían. La reposición es el reconocimiento de un derecho anterior. Regresar a El Comercio el 28 de julio de 1980 fue el momento más feliz de mi vida. Así como el más triste fue cuando me sacaron del diario.
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