Si bien fue limeño de nacimiento, su infancia transcurrió en las alturas de Acoria, en el departamento de Huancavelica, en donde vivió desde los seis años. Allí, el pequeño y enfermizo Manuel pasó sus días de manera austera al lado de sus padres.A los 11 años, volvió a Lima, donde su padre, un mecánico, panadero, hombre que se las buscaba, terminó montando un kiosco de periódicos y revistas.Eran los inicios de la década de 1940, y seguramente entre noticias de la Segunda Guerra Mundial y los vaivenes del pradismo en el poder, el inquieto adolescente empezó sus lecturas cada vez más interesantes y divertidas, con todo a la mano en el kiosco paterno. Scorza andaba entre Lima y el interior del país. El clima de Huancayo, seco y soleado, le convenía, así que allí estudió parte de su secundaria en el colegio Salesiano, y la acabó en Lima, en el colegio militar Leoncio Prado.Lo más probable es que en ese periodo haya tenido lecturas literarias más trascendentales, especialmente de los narradores rusos Leon Tolstoi y Máximo Gorki, así como de los escritores franceses Gustav Flaubert, Honoré de Balzac, Sthendal y Emile Zolá.
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Política versus literaturaEl presidente José Luis Bustamante y Rivero (1945-1948) había legalizado de nuevo al Partido Aprista Peruano (PAP). Entonces Scorza halló allí un canal para desfogar su rebeldía. La dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956) fue, para toda su generación, una cuestión que le generó conflictos y desgarros, hasta días de cárcel y exilio. De esta forma, la política lo sedujo suficientemente como para involucrarse en alguna cédula del PAP, atraído quizás por su aureola de clandestinidad de esos años; aunque hay versiones que señalan que el poeta se había enamorado de una muchacha de ideología aprista y, por ello, se involucró y hasta publicó un poema de amor en el diario aprista “La Tribuna”.En 1945, Scorza ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Allí su vida intelectual tomó un rumbo más literario, pero sin dejar todavía al PAP, su norte ideológico que le trajo algunos problemas a su corta edad, como el destierro de 1948 a 1955.Estuvo siete años fuera del país. El escritor abandonó el aprismo recién en 1954, poco antes de regresar al Perú, desengañado, completamente desilusionado de su líder histórico Víctor Raúl Haya de la Torre.Había deambulado por Bolivia, Argentina y México. Entonces su espíritu lírico se impuso sin menoscabo de su arte narrativo y su interés por la política. Los poemas vinieron como torrencial lluvia de palabras que proyectaban su gran sensibilidad social.
Obra poéticaSi bien en 1952 Scorza había escrito “Canto a los mineros de Bolivia”, su primer poemario, “Las imprecaciones” (1955), marcó su paso firme a la poesía, a la cual dio un aliento no revolucionario o político sino, más bien, humano y social. Consecuencia de ello, recibió en Lima, tras regresar de su exilio, una vez derrocado el dictador Odría, el Premio Nacional de Poesía “José Santos Chocano” de 1956.Su faceta de editor de libros populares se desplegó en los años 60, de una manera poco convencional, en un sistema de venta directa en los kioscos. Era el recordado proyecto de los ‘Populibros’. Su oferta editorial resultó la más óptima y la exploró con igual éxito en otros países latinoamericanos como Colombia, Venezuela y Cuba.La clave de su estrategia era abaratar la edición y seleccionar a los mejores autores peruanos, clásicos de la literatura y la historia que no habían sido editados de esa manera masiva en el Perú.A la par, no dejaba de escribir poesía: “Los adioses” (1960), “Desengaños del mago” (1961), “Réquiem para un gentilhombre. Elogio y despedida de Fernando Quíspez Asín” (1962), un largo poema elegiaco, aparecieron con su lirismo conocido. Scorza fue incorporado en varias antologías de la poesía peruana.La poesía, la literatura y la política fueron su lema como ciudadano y artista. En ese sentido, no renunció a su lucha social y lo hizo cada vez más cerca de las propias masas campesinas, convirtiéndose en un investigador del mundo rural y agrario. A raíz de ese compromiso intelectual y vivencial, decidió de nuevo autoexiliarse desde 1968 en París, Francia.Ya nunca más volvería a vivir en el Perú, salvo esporádicos retornos. En Europa, su creatividad literaria giró hacia la narrativa mayor: la novela, influenciado por el movimiento del boom latinoamericano, que dio un nuevo aire de interés mundial a la obra de los escritores de esta parte del mundo.
Obra narrativaLa primera novela del ciclo “La guerra silenciosa” fue la que más reconocimiento obtuvo. “Redoble por Rancas” (Planeta, 1970) apareció en paralelo a su poemario “El vals de los reptiles” (1970).Las otras cuatro novelas del ciclo, como la primera, revelaron las profundas desigualdades sociales y económicas que se expresaban en la tenencia abusiva y muchas veces ilegal de tierras, lo cual siempre perjudicaba al campesinado. Siguieron a “Redoble…”, las novelas “Garabombo, el invisible” (Planeta, 1972), “El jinete insomne” (Monte Ávila, 1977), “Cantar de Agapito Robles” (Monte Ávila, 1977) y “La tumba del relámpago” (Monte Ávila, 1979). Su trabajo literario-narrativo revelaba a todos su deseo de narrar una cultura, un punto de vista, dándole forma literaria a un grito de millones de personas desposeídas. En febrero de 1983, publicó su última novela, “La danza inmóvil” (Plaza & Janes), cuyo escenario fue la ciudad de París.Desde Francia vio la política peruana como un juego de poder. Por eso apoyó en las elecciones presidenciales de 1980 a su amigo Genaro Ledesma, candidato del Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular (Focep).
El accidenteEl 9 de setiembre de 1983 había cumplido 55 años. Más de dos meses después, el lunes 28 de noviembre de ese año, en la madrugada (1.05 am.) Scorza murió cuando el avión donde viajaba cayó a ocho kilómetros del aeropuerto de Barajas, en Madrid, España. El Boeing 747 de Avianca llevaba a 156 pasajeros y 25 miembros de la compañía. Aunque parezca increíble, hubo dos sobrevivientes: un colombiano y un francés.Scorza iba a hacer una conexión en Madrid, puesto que su destino final era Bogotá, Colombia, donde participaría del Encuentro Cultural Hispanoamericano, organizado por la Academia Colombiana de la Lengua, que se inauguraría al día siguiente, el 29 de noviembre.El autor de “Redoble…” no fue el único artista o intelectual hispanoamericano fallecido en ese vuelo. Estuvieron en el fatídico viaje, el crítico literario uruguayo Ángel Rama, la novelista argentina Marta Traba (ambos esposos), el novelista mexicano Jorge Ibargüengoitia y la pianista española Rosa Sabater.
Scorza dejó una novela aun inconclusa que había empezado a escribir en 1979. En 1983, la tenía casi completa; se iba a titular “La conquista de Europa” o “El verdadero descubrimiento de Europa”. Dijo a varios amigos que tras el congreso colombiano había pensado en ir al Perú para pasar con sus hijos las fiestas de fin de año. Era un hombre, un escritor feliz, o al menos vivía esos instantes de vida a plenitud.Ramón Serrano Balasch, amigo cercano del escritor, publicó un artículo en el diario “El País”, donde contó lo que Scorza le había dicho días antes: “Soy feliz (…), porque ahora se me está leyendo en España”, le confesó. Una semana después del accidente, el 5 de diciembre, los restos de Manuel Scorza llegaron a Lima. Estudiantes, políticos, campesinos, dirigentes sindicales, el pueblo en suma, lo recibieron en medio de aplausos y lemas que ensalzaron su figura literaria y humana.