Nunca el lugar común «mar humano» tuvo tanto sentido como en esta foto del verano limeño de 1976, captada en la playa de Agua Dulce. Aunque no vemos qué ocurre en el agua podemos intuir a cientos de bañistas remojándose, chocando todos contra todos, en el mismo desorden que se replica en la orilla. En medio del gentío vemos un triciclo de heladero portando una carretilla que –a pesar del blanquinegro de la imagen– podemos imaginar perfectamente de amarillo. De inmediato los sedientos veraneantes se acercan para calmar su sed con los helados de agua y crema que se encuentran en esa refrigeradora ambulante. Vemos a tres clientes en primera línea: un señor con guayabera blanca, un muchacho que acaba de salir del mar y quizá tirita de frío debajo de su toalla, y una mujer que se protege del sol bajo un gorrito con visera. Asumimos que el chiquillo de camisa y pantalón corto, que parece rebuscar algo en el compartimento lateral del vehículo, es quien conduce la carretilla (¿o es acaso la señora?). No es el único heladero, por cierto; en el margen derecho puede adivinarse la presencia de un colega suyo, reclinado sobre su triciclo, esperando que alguien le compre un Bebé, un Frío Rico, un Jet, o acaso uno de esos helados en bolsa con sabores de fruta que por entonces se llamaban solo chups, pero que años más tarde, en los ochenta, después del estreno de E.T, el extraterrestre, comenzaron a llamarse ‘marcianos’, porque su aspecto era similar el dedo largo del personaje de la película.
En el horizonte de la foto, elevándose por encima de la muchedumbre, advertimos a dos solitarios rescatistas sentados en lo alto de sus torres de Inca Kola. Los dos miran hacia el mar, esperando no tener que intervenir para salvar ninguna vida, quizá deseando que alguien les alcance también a ellos un helado.
Si bien la mayoría de personas está en traje de baño, distinguimos a algunos personajes que llevan camisas, pantalones y vestidos. A nadie le importa, por cierto. Bajo el sol, como dicen los Nosequién y Nosécuántos, todos son iguales. Incluso en Lima. Al menos en los años setenta.