Después de la tormenta llegó La Niña, aquella laguna cuya extensión la convirtió, después del lago Titicaca, en la más grande del Perú. Corría el verano de 1998 y el norte del país sobrevivía a las fuertes lluvias ocasionadas por el Fenómeno El Niño. La Niña se formó en el desierto de Sechura entre Piura y Chiclayo. Para prevenir desbordes e inundaciones de El Niño, las aguas de los ríos La Leche, Motupe y Cascajal fueron canalizadas hacia el desierto. Así se formaría un nuevo ecosistema para gaviotas, flamencos, langostinos y cardúmenes de liza. La laguna tenía un área de seis mil kilómetros cuadrados y cien millones de metros cúbicos de agua. Era tan grande que ocupó unos diez kilómetros de la carretera Bayóvar-Chiclayo. La abundancia de peces atrajo a los pescadores quienes levantaron sus campamentos en las orillas de la laguna. Al terminar la jornada, ellos regresaban sobre sus balsas rústicas de troncos con las redes llenas de pescado. La ganancia al día llegaba a los cien soles. Poco a poco fueron llegando más pescadores y aventureros quienes deseaban beneficiarse con este milagro de la naturaleza. Entre 1999 y 2001 la Niña empezó a secarse hasta que nuevas lluvias inundaron con vida el desierto norteño.
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