En 1596 el segundo arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, empezó la obra para la Orden de Santa Clara, cuyas religiosas, que llegaron a Lima en 1601, vivían la austeridad franciscana bajo la advocación de Nuestra Señora de la Peña de Francia.
El ciudadano portugués Francisco de Saldaña, por su parte, fue quien donó para el futuro monasterio sus casas y 14 mil pesos de la época, por lo que fue designado “administrador perpetuo”.
El acto de inauguración se realizó 1605 con una procesión que culminó en el naciente monasterio, convirtiéndose en el quinto convento de mujeres en Lima. Otras fuentes señalan enero de 1606 como fecha de la ceremonia inaugural.
Un lugar para las mujeres de la época
Las cuatro madres fundadoras fueron Justina de Guevara, Ana de Illescas, Bárbara de la Vega e Isabel de la Fuente junto con diez jóvenes sin dote. Ubicado en la cuadra 4 del jirón Jauja, el monasterio acogió a las monjas clarisas, que según las reglas del papa Urbano IV, tenían las prerrogativas de adquirir rentas y posesiones.
La vida durante la colonia implicó cambios constantes en la sociedad. Con respecto a las mujeres, muchas de ellas al quedar viudas y con propiedades se les consideraba incapaces como administradoras de sus bienes.
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Monjas de distintos estatus
También había mujeres que eran despreciadas o maltratadas por sus esposos, y que sin tener hijos, buscaban un lugar que les diera cobijo, pues volver al hogar conyugal era imposible, por haber sido víctimas de maltrato. En este contexto fueron aumentando los monasterios dedicados a la vida religiosa de las mujeres.
En algún momento el monasterio llegó a albergar hasta 300 personas, aunque no todas eran religiosas. Las monjas de “velo negro” eran las de estrato más elevado. En segundo nivel las de “velo blanco”, seguidas de las novicias, y finalmente las sirvientas, que podían realizar tareas domésticas e incluso salir del recinto.
Demolición
Su arquitectura es expresión del barroco colonial del siglo XVII y ha sufrido modificaciones hasta en tres ocasiones. En 1644 se realizó la primera, a cuatro décadas de su inauguración. Las otras dos en el siglo XX, en 1926 y 1941, respectivamente. En 1976 la estructura del convento fue restaurada con el propósito de consolidar la nave central y las dos torres que mostraban un peligroso deterioro como consecuencia de los sismos de los años 1966, 1970 y 1974.
La Plazuela, la Iglesia y el Convento, que le dan el nombre al barrio de Santa Clara, se encuentran en la antigua calle Las Carrozas, en las cuadras 2 y 3 del jirón Jauja. Sin embargo, parte de su estructura, de una extensión aproximada de una hectárea, fue demolida.
Con la modernidad, de lo que fue uno de los ambientes urbanos más tranquilos de Lima, como la virreinal Plazuela de Santa Clara, solamente queda el recuerdo, por el masivo tránsito vehicular y peatonal que existe en la zona.
Manos divinas, dulces terrenales
Desde el virreinato, según se dice, el silencio y la paz de la reflexión ha forjado el ambiente ideal para que las monjas clarisas desarrollen sus habilidades en la repostería, creando deliciosos dulces y postres, entre ellos el tradicional turrón que venden en el mes de octubre con mucho amor, fe y “la bendición del señor”.
Para el 2010 eran 35 las hermanas que vivían en el monasterio, pero para nada se encontraban distanciadas del mundo real y la vida cotidiana, pues un permiso del Vaticano les permitía contar con servicio de internet y, por lo tanto, estar interconectadas.
Todo el complejo, en donde destacan las dos torres de estilo neoclásico, fue declarado Patrimonio Histórico en 1972.
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