La historia de la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH) es más importante que sus problemas de ayer y hoy. Solo basta con revisar los antecedentes de su propio inspirador, las circunstancias que la formaron y las ideas y los principios que la constituyeron como una de las universidades vitales del país, para saber que estamos ante una institución que merece, primero, el respeto de sus propios integrantes.
Puede decirse que con la creación del Real Colegio de Medicina de San Fernando en 1810, por Hipólito Unanue, la formación médica en el Perú empezó a profesionalizarse. Así, el modelo médico de Europa, reflejo de las ideas y experiencias de la Ilustración, se impuso en el estudio y la práctica médica. Entonces, la propia Universidad de San Marcos modernizó su estructura curricular, con lo que permitió que San Fernando se integrara a ella desde 1856.
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Pero San Fernando había sufrido, como todo el país, las consecuencias de una vida política inestable durante las primeras décadas de la República. Para reformular sus principios científicos y sociales, y consolidar su imagen se hizo presente el médico y visionario José Cayetano Heredia Sánchez (1797-1861). Reformista y creyente de la enseñanza médica, Cayetano Heredia olvidó a sus pacientes particulares y se entregó a fortalecer la institución sanfernandina.
El psiquiatra Javier Mariátegui Chiappe contó en una nota de El Comercio por el 30 aniversario de la UPCH (14/7/1991) que Cayetano Heredia dio de su propio dinero para solventar los gastos de estudios de un grupo de discípulos suyos en París, entonces la capital de la medicina mundial. A ellos les exigiría el máximo compromiso con su formación académica y pedagógica. Quería dar con ellos “la gran revolución de la enseñanza médica, aquella que puso a nuestra Escuela Médica en un nivel respetable entre las principales en el orbe”.
Nombres como José Casimiro Ulloa, Francisco Rosas, José Pro, Rafael Benavides y Camilo Segura, fueron la base de la nueva escuela de medicina. Ya como Facultad de Medicina de San Marcos, el desarrollo que Cayetano Heredia impuso en la escuela se mantuvo a través de su principal discípulo, José Casimiro Ulloa, quien fue secretario de la facultad de 1856 a 1891, año en que falleció. La fama de la Escuela de Medicina se acrecentó con el paso de numerosas promociones que pasaron del siglo XIX al XX.
Hacia mediados del siglo XX, los avatares de la política, la presión social y la necesidad de ejercer una enseñanza enfocada en la ciencia y el servicio social, hicieron que cansados de las irregularidades, retrasos, paros y medianía educativa, y finalmente con un cogobierno estudiantil encima, 412 profesores de la Facultad de Medicina sanmarquina renunciaran en 1961, bajo la idea de resurgir bajo las ideas inquebrantables de Cayetano Heredia.
Liderados por los maestros Honorio Delgado (su primer rector) y Alberto Hurtado (el segundo rector), esos más de 400 médicos, profesores y sus discípulos (unos 200 estudiantes sanmarquinos) dejaron un camino ya recorrido y una posición ganada a pulso, para tomar otro rumbo en búsqueda de la excelencia académica y profesional.
Una nueva universidad para la ciencia y el servicio social
Ese grupo de maestros y médicos provenientes de San Fernando formó entonces, el 25 de julio de 1961, la “Unión Médica de Docentes Cayetano Heredia”, la base sobre la cual se fundó meses después la Universidad Peruana de Ciencias Médicas y Biológicas, el 22 de setiembre de 1961. Luego se llamaría Universidad Peruana Cayetano Heredia.
El 20 de julio de 2001, Tomás Unger en El Comercio precisó cómo se había establecido la nueva institución: “El prestigio y los contactos de los fundadores hicieron que entidades de apoyo a la ciencia se interesaran. Las fundaciones Rockefeller, Ford y Kellogg y la Universidad Johns Hopkins apoyaron a la nueva universidad. Un grupo de empresarios, encabezado por Enrique Ayulo Pardo, creó el patronato que procuró medios para la infraestructura y operación. Los profesores no cobraban sueldos y los estudiantes, por todos los medios -incluido un concurso de televisión- y con el importante apoyo de este Diario, consiguieron 500 mil soles”.
Empezaron en 1961, en un viejo local en el jirón de la Unión, en lo que era el colegio Belén, con 600 alumnos divididos en dos facultades, una escuela de posgrado y un instituto de investigación. La UPCH nació adulta, con sus objetivos claros y con un alto nivel académico, por el origen y la formación de sus cuadros en San Marcos. La primera promoción de la UPCH se graduó en 1969.
Javier Mariátegui ya lo decía hace 30 años, cuando pensaba cómo había vivido la UPCH en medio de un país como el Perú: “La medianía y el arribismo, dos males nacionales, sólo ocasionalmente encontraron tierra fecunda. Más de una vez hubo que apelar a la fuente que originó la Universidad, la Unión Médica de Docentes Cayetano Heredia, para reformular su fisonomía y el auténtico ‘espíritu herediano’, en la revisión de los procedimientos conducentes al logro de los elevados fines de la educación superior”.
En esa línea han tenido ejemplos para seguir adelante con ética y profesionalismo. Solo basta mencionar a algunos de sus maestros, como el psicólogo Leopoldo Chiappo, los médicos Alberto Cazorla y Carlos Monge Cassinelli, este último rector en la década de 1970; Vicente Zapata Ortiz (decano de Medicina entre 1969 y 1975) y Susi Roedenbeck Lindermann (decana de Medicina entre 1977 y 1982); así como el doctor Roger Guerra-García Cueva, decano y rector (1989-1994).
Si uno piensa en sus profesores eméritos, hay más ejemplos aún en los doctores José Uriel García, Víctor Paredes, Javier Arias Stella, Francisco Miró Quesada Cantuarias, Octavio Mongrut Muñoz, Gino Costa Elice, Roberto Temple Seminario, Juan Montalbetti Cantazaro, René Obando Nevado, Guido Battilana Dasso, Germán Garrido Klinge, Eduardo Pretell y la lista se hace muy larga.
En la víspera del día central por las tres décadas de la UPCH, el 21 de setiembre de 1991, el rector de entonces, Roger Guerra-García dijo: “Hemos logrado una universidad en que el servicio es expresión concreta del compromiso con la sociedad, contribuyendo a la satisfacción de sus necesidades reales y prioritarias”. Que esas palabas no se las lleve el viento.