Zong Bing, artista y músico chino que escribió el primer tratado de pintura sobre el paisaje en el año 440, decía que el género concierne tanto lo material como lo espiritual. A partir de su potencial metafórico, muchos son los artistas contemporáneos que han sabido utilizar el paisaje como medio para opinar sobre el mundo que los rodea, desplegando reflexiones que trascienden la mera reproducción del escenario.
Ese es el criterio elegido por el crítico de arte Alejandro Castellote (Madrid, 1959) para presentar en la capital española “Estratos de un paisaje”, tras seleccionar las imágenes de fotógrafos peruanos contemporáneos de la prestigiosa colección de fotografía peruana de Jan Mulder. Se trata de una de las más ambiciosas apuestas visuales del Perú como país invitado en la feria de arte ARCOmadrid.
En la muestra, que del 21 de febrero al 27 de marzo se presentará en la céntrica Casa de América, Castellote reúne las obras de Billy Hare, Mariano Zuzunaga, Fernando La Rosa, Cecilia Paredes, Edi Hirose, Milagros de la Torre y Javier Silva, entre otros, ofreciendo un recorrido por los diversos caminos de la fotografía peruana, desde sus pioneros hasta sus más jóvenes representantes.
Castellote es uno de los mayores expertos en fotografía peruana en la península. Su primer viaje a nuestro país lo realizó en 1989 para entrevistarse con la familia Chambi, con la intención de organizar una retrospectiva del maestro cusqueño en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Tras este esfuerzo, Chambi se convirtió en la exposición central del Festival de Arlés, que viajaría luego al Palais de Tokyo, en París, y continuaría itinerando por Europa por otros cuatro años.
En ese viaje el crítico madrileño tomó contacto con los miembros de la histórica Galería Secuencia, como Javier Silva, Roberto Fantozzi, Mariella Agois o Mariel Vidal. Asimismo, emprendió proyectos con la Fototeca Andina, lo que le sirvió para conocer la Escuela Cusqueña de Fotografía, y curioso por información de las nuevas generaciones de fotógrafos locales, amplió su repertorio con la ayuda de colegas como Roberto Huarcaya y Jorge Villacorta. Del 2014 al 2016 se desempeñó como director del Máster Latinoamericano de Fotografía Contemporánea en el Centro de la Imagen de Lima.
ATENTOS AL PAISAJEPara Castellote, un ejemplo de paisaje como metáfora podría representarlo el edificio solitario que fotografía Edi Hirose, cubierto con una lona verde perforada. Para el comisario de la muestra, se trata de una imagen elocuente. “Habla de planificación urbana pero también recuerda a los acantilados del circuito de playas. Cada limeño puede leer esa fotografía de acuerdo a su propia experiencia de ciudad. Todos reconocemos en ella la explosión inmobiliaria de los últimos años. La verticalidad y la soledad convierten al edificio en un tótem de belleza inquietante”, explica.
—¿Cuán complejo ha sido proponer una narrativa dentro de un corpus tan vasto como la Colección Mulder? La selección de obras se ha hecho a partir de los potenciales significados que contienen y los diálogos que pueden establecerse entre ellas. El paisaje no es solo una representación de la naturaleza, del mismo modo que una imagen no es solo una fotografía: hay imágenes mentales, imágenes reproducidas visualmente (dibujos, diseños, pinturas, videos). Podemos hablar del paisaje social de una ciudad, imagen y paisaje son conceptos polisémicos, abarcadores. Hablar de estratos de un paisaje refiriéndome a la fotografía peruana es también mostrar un panorama que incluye un estrato histórico, otro documental y uno más diversificado, en línea con el espectro multidisciplinar de la creación contemporánea.
—En la muestra se ve que en el imaginario peruano disminuyen los temas prehispánicos y andinos y emerge la atención por lo amazónico. ¿Cómo aprecias este proceso?La disminución de la presencia de lo prehispánico y lo andino es visible en la colección y en las últimas décadas, aunque no creo que llegue a salir del catálogo temático peruano. Respecto a la atención a lo amazónico, lo que en sus inicios parecía ser un cambio de foco en los artistas destinado a desprenderse de la tristeza andina y sustituirla por un exotismo más orgánico y sensorial, parece ir más allá de la temporalidad de las modas. La Amazonía no solo es un fenómeno peruano, Brasil, Colombia también le están prestando mucha atención e incluso países sin territorio amazónico miran en esa dirección. Se ha instalado como temática en el arte contemporáneo y está siendo revisitada desde una perspectiva histórica, analizando los conflictos desatados por la fiebre del caucho y sus consecuencias para las comunidades indígenas; atendiendo a la “peculiar” morfología de sus ciudades y a la identidad mestiza de sus habitantes; utilizando la mitología local para la construcción de “nuevos” relatos; o mostrando el desastre ecológico que, de nuevo, tiene lugar a causa de la explotación de sus recursos.
—¿Hay espacio para la sorpresa en la fotografía de Iberoamérica, o la globalización nos ha hecho parecernos mucho?Es imposible someter lo que se genera en cada país a una etiqueta común. Ciertamente, en los últimos años las relaciones entre los países de la región se han multiplicado y la información sobre lo que se hace en cada sitio es más fluida. También sucede que muchos de los asuntos y los problemas son transversales (Odebrecht, migraciones, crecimiento urbano no planificado, mala redistribución de la riqueza) y es normal que los artistas de diferentes países coincidan en determinados temas, incluso utilizando soluciones formales semejantes. En el siglo XXI, ningún país es una isla. No solo estamos interrelacionados, también muchas propuestas artísticas surgen en continentes distintos en términos de simultaneidad.
—¿Qué sucedió para que el legado de fotógrafos de la Edad de Oro como Chambi o los hermanos Vargas no tuviera continuidad en el Perú, sino hasta los años setenta?Una explicación de esa decadencia, similar a la de otros países de la región, podría ser el fracaso del proyecto de la modernidad a nivel social, económico y político. Pero esa es solo una interpretación superficial. Perú tiene excelentes historiadores que han profundizado en las causas concretas y yo prefiero no aventurar especulaciones. Respecto a lo que ocurre en los años 70, creo que se debe fundamentalmente a la voluntad de una generación que empuja el cambio. Muchos de los fotógrafos de la Galería Secuencia pudieron estudiar en el extranjero y era lógico que quisieran construir plataformas de mejora y de sincronización con los procesos internacionales. En nuestros países son los jóvenes quienes han tomado la iniciativa en la creación de espacios, en la organización de exposiciones y en la edición de publicaciones, sin esperar a que las instituciones públicas las pusieran en marcha.
—La nómina de fotógrafos peruanos de las últimas décadas es fundamentalmente limeña. ¿Cómo adviertes esta centralización? Muchos fotógrafos nacidos en otras ciudades peruanas viven en Lima, que es donde pueden aspirar a desarrollar su trabajo. Sucede en otros países de la región: las grandes urbes actúan como catalizadores y ese proceso va a seguir creciendo irremisiblemente. La transculturización de esas poblaciones desplazadas se va a transparentar cada vez más a través de miradas más críticas que demandan visibilidad. Pero esa visibilización está ligada al acceso a una educación de calidad y a la redistribución de la riqueza económica. Significativamente, la gran mayoría de los artistas peruanos pertenece a clases sociales acomodadas, con una presencia emergente aún escasa. Se percibe que ese sector de la población va a tener un progresivo protagonismo, más amplio y más complejo que lo que se conoce en términos reduccionistas como cultura chicha, que es solo la parte visible del iceberg. Y no necesariamente se van a ceñir a los parámetros y a las estructuras –más bien conservadoras– que existen en el mundo del arte limeño.