En la madrugada del 9 de junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira se despertó en su residencia en Madrid, se bañó, se vistió y mandó a su empleada a pasear a los perros. Acto seguido, asesinó a su hija.
Le disparó a bocajarro mientras ella dormía, tres veces en la cara y una en el pecho.
Calmadamente, fue a donde su amigo y abogado José Botella Asensi.
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“Vengo a decirle que he matado a mi hija, para que no piense que estoy loca y me diga lo que tengo que hacer”, le confesó, y le relató todos los pormenores, sin aportar un solo detalle que la exculpara. En ningún momento eludió su responsabilidad.
El asesinato conmocionó a España, y no sólo por “la carencia de causas lógicas -si la lógica puede caber en un parricidio-”, como diría el diario La Tierra.
Hasta ese día, la asesina era “el modelo de lo que podría haber sido la mujer española, hecha a sí misma, extremadamente culta e inteligente, una intelectual brillante que no rehúye la esfera pública”, en palabras de la también española Almudena Grandes, quien basó su novela “La madre de Frankenstein”, en Aurora, una mujer -en su opinión- “fascinante”.
La asesinada, Hildegart, era una joven prodigio de 18 años, destacada reformadora sexual y legal y prolífica escritora.
“Es una historia extraordinaria, tan fabulosa que nadie podría haberla inventado”, afirmó Grandes, una de las autoras españolas contemporáneas más afamadas, cuya muerte en noviembre de 2021 conmocionó al mundo literario.
Aurora
A los 35 años, Aurora, quien había nacido alrededor de 1879 en Ferrol, Galicia, concibió, más que una hija, un plan.
Admiraba las ideas eugenésicas, orientadas al perfeccionamiento de la especie humana mediante intervención manipulada y métodos selectivos, que en ese tiempo eran parte del debate intelectual de gran parte de las corrientes ideológicas.
Se propuso engendrar a una criatura en las condiciones más óptimas y convertirla en “la mujer más perfecta que, a modo de estatua humana, fuera el canon, la medida de la humanidad y la redentora final”, como le diría más tarde a sus psiquiatras.
Escogió a un hombre con las características que consideraba necesarias: “físicamente perfecto, de edad madura, en plenitud vital, inteligente tirando a astuto, de cultura extensa y poco profunda”, le contó a BBC Mundo Carmen Domingo, autora del ensayo biográfico “Mi querida hija Hildegart”.
Ya embarazada, se mudó a Madrid y puso en práctica “una serie de técnicas que formaban parte de la eugenesia -relata Domingo- sobre cómo llevar a cabo un buen embarazo y asegurarse de tener una niña”, que incluían dietas estríctas y ejercicios.
Pero, ¿por qué quería Aurora una niña si le parecía que “la mujer es, por doloroso que resulte confesarlo, lo peor de la especie humana” y vivía en un mundo dominado por hombres?
“Porque estaba convencida de que quien pudiera cambiar el mundo tenía que ser capaz de replicarlo, y sólo las mujeres pueden tener hijos”, explica Domingo.
Hildegart
El 9 de diciembre de 1914, Aurora dio a luz a lo que anhelaba.
La llamó Hildegart y se abocó a volcar en la que llamaba su “estatua de carne” la amalgama de conocimientos que había acumulado devorándose la biblioteca de su padre, pues nunca tuvo una educación formal.
Su obra empezó a marchar más que bien.
Antes de cumplir 2 años, Hildegart Rodríguez Caballeira sabía leer; a los 3 podía escribir; a los 8 hablaba inglés, francés y alemán.
“Lo que la niña estudiaba eran unos temas concretos, pues todo iba encaminado a que fuera una superdotada para que redimiera a la humanidad”, señala Domingo.
A los 13 años ya era bachiller, con excelentes calificaciones, y a los 14 empezó a estudiar Derecho, con un permiso especial debido a su edad.
Fue entonces también cuando se lanzó a la vida pública y política, como militante socialista (más tarde, republicana).
Como dice la autora Rosa Montero, quien incluyó la oscura historia en su libro “Nosotras”, Aurora la “amaestró desde la cuna con férrea mano de domadora circense, hasta convertirla en un ejemplar anómalo y excepcional, en una pobre niña prodigio”.
“No he tenido infancia”
Además de estudiar en la universidad, Hildegart daba conferencias y escribía artículos para una multitud de revistas y periódicos. También fue autora de 16 monografías.
A los 17 años terminó la carrera de Derecho con honores y empezó otras dos: Filosofía y Letras y Medicina.
Para ese entonces ya era famosa.
Era una feminista de vanguardia que defendía conceptos como la educación sexual, el control de natalidad, la esterilidad y el divorcio, con ensayos que iban desde “La rebeldía sexual de la juventud” hasta “Malthusismo y neomalthusismo” y “Cómo se curan y se evitan las enfermedades venéreas”.
La eugenesia estaba presente en sus escritos pues, opinaba, era la clave para lograr una sociedad más justa e igualitaria, como afirmó en su obra “El problema eugénico: puntos de vista de una mujer moderna”.
En 1932 cofundó la Liga Española para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas junto con el célebre médico y científico Gregorio Marañón.
Pero sus logros tenían precio.
“No he tenido infancia”, le dijo un día Hildegart al periodista Eduardo de Guzmán, autor de “Aurora de sangre”: “La necesité íntegra para estudiar sin descanso de día y de noche”.
Tampoco había tenido esa libertad que permeaba las causas que defendía.
Vivía bajo la sombra de su madre, quien controlaba toda su vida y jamás se separaba de ella.
La acompañaba a clases, a reuniones sociales y políticas... hasta dormían en la misma habitación.
Julián Besteiro, quien fue profesor de Hildelgart en la universidad, comentó: “En los estudios Hilde es, sencillamente, formidable, pero este fenómeno de ir tan pegada a su madre me evoca la imagen de una cría de canguro encapsulada en bolsa invisible y con el cordón umbilical intacto”.
Esa cercanía, sospechan varios investigadores, se filtraba hasta en las obras de Hildegart que, aunque firmadas por ella, probablemente fueron escritas por Aurora.
Una de las que más destaca es el artículo titulado “Injusticias. Caín y Abel”, que apareció el 19 de mayo de 1933 en el diario La Tierra.
Fue el último texto que Hildegart publicó en ese periódico, pero más tarde Aurora confirmaría haber sido la autora, y diría que ahí estaba la clave del final de su hija.
En el escrito, ensalza a la “pasión y grandeza” de Caín, el “hombre que una vez más se igualó a Dios al quitar la vida” (de su hermano Abel).
“Si lo lees conociendo la historia, las ves a ellas dos ahí, con la madre diciendo ‘esto no va por buen camino y acabará mal’”, señala Domingo.
“Al firmar ese artículo, Hildergart firmó su sentencia de muerte”, afirma la escritora.
“Evoquemos pues, entre orlas de simpatía, la figura progresiva, de trazos audaces, del Caín rebelde que tuvo la maestría en el triple arte de Amar, Luchar y Matar”, termina diciendo el artículo.
21 días más tarde ese mismo diario anunciaría: “Un dolorísimo suceso: Hildelgart ha muerto”.
El móvil
Aunque muchos estudiosos señalan ese artículo como la declaración pública de las intenciones de Aurora, de ninguna manera explica lo que sucedió.
¿Qué llevó a Aurora a matar a “la chiquilla en quien pusiera todas mis ilusiones de la mujer que yo soñara con alientos mesiánicos, con impulsos sobrehumanos, capaz de trazar rutas nuevas a los hombres oprimidos y esclavizados”, como diría en su juicio?
¿Por qué hacerlo si, según ella, “su muerte era en gran parte mi fracaso”?
Quizás fue porque Hildegard se había enamorado, aventuraron varios, lo que para Aurora ponía en riesgo la misión para la que ha venido a la Tierra.
Entre los candidatos a novios secretos estaban un científico noruego, un escultor que estaba haciendo un busto de Hildegart y un escritor y político barcelonés.
Otros creen que no fue por amor, sino porque el escritor H. G. Wells y el sexólogo Havelock-Ellis la habían invitado a pasar una temporada a Inglaterra y en la mente de Aurora eso era parte de una conspiración para volverla espía y prostituirla.
O de pronto fue por discrepancias políticas, o porque Hildergart se hastió de su madre y quiso emanciparse. O sencillamente le dieron ganas de ver el mundo.
Todas estas hipótesis y otras más fueron y siguieron siendo barajadas, pero para la autora de “Mi querida hija Hildegart”, Aurora asesinó a su hija “porque era fruto de la época en la que le tocó vivir, de sus circunstancias y su patología.
“Todo eso era un cóctel Molotov que explotó cuando Hildegart decidió tomar una salida distinta a la que ella había previsto.
“Una salida que nunca conoceremos, porque no hay constancia de cuál fue el detonante exacto que hizo que Aurora matara a su creación”.
No obstante, Aurora parecía tener claras las razones para matar a esa hija que no había sido “producto de una ciega pasión sexual, sino un plan perfectamente preparado, ejecutado con precisión matemática y con una finalidad concreta”, como le diría décadas después ella misma a De Guzmán.
“Yo que la creé, que la hice, que la formé a lo largo de los años, sé perfectamente dónde debía llegar”.
Era su obra y, en su mente, tenía derecho a destruirla: “Nació con una misión ideal de la que no podía desviarse por ninguna debilidad humana”.
Cuando el abogado Asensi llevó a Aurora ante la autoridad policial donde se confesó autora del asesinato de su hija, le preguntaron por los motivos.
“Los hubo, y de la gravedad correspondiente a lo que ahora ha ocurrido”, respondió.
Un juicio peculiar
Aunque la noticia repercutió en todos los diarios, en esos días las portadas de los medios las ocupaba una crisis de gobierno que acababa de ocurrir y que afectaría el juicio de Aurora.
“El momento político de España era muy complicado. Veníamos de la República y Europa veía a España como uno de los países más modernos del contexto occidental. Teníamos sufragio universal, que en la mayoría de países europeos todavía no existía.
“Pero cuando Aurora Rodríguez mató a su hija hubo un cambio de gobierno, de una izquierda moderada a la derecha”, explica Domingo.
“Cuando tuvo lugar el juicio (en 1934), hubo una situación muy curiosa: los abogados y psiquiatras de la defensa de Aurora eran modernos, de izquierdas y progresistas, y desde el primer momento vieron que ella sufría de un problema mental.
“Pero el abogado de la Fiscalía, o sea, el que venía de parte del gobierno, y su psiquiatra eran de derecha, y a la derecha le interesaba demostrar que no ella estaba loca, aunque lo estuviera, por el rédito político que les suponía que una señora de izquierdas hubiera matado a su hija”.
El fiscal era José Valenzuela Moreno quien, para defenderse de las críticas, publicó ese mismo año “El asesinato de Hildegart visto por el fiscal de la causa”, en el que escribió que Aurora tenía “un cerebro desordenado por la intoxicación de mil lecturas contrapuestas y mal digeridas.
“¡Oh, la parte peligrosa de los libros! Sería muy provechoso un meditado estudio de esta interesantísima cuestión... Es preferible cien mil veces la inteligencia natural de un analfabeto que la mente encenagada de un lector sin previa preparación moral e intelectual”.
Pero “ese cerebro desordenado” no era el de una demente, alegó el fiscal con ahínco... y éxito, pues Aurora terminó condenada como una persona en pleno uso de razón a una pena de cárcel (26 años, 8 meses y 1 día).
Aurora acogió el fallo con regocijo. No sólo concordaba con él -se había pasado el juicio protestando contra su abogado defensor, negando estar loca-, sino que tenía un nuevo plan: reformar por completo el sistema de prisiones.
Pero su paso por la cárcel fue corto pues, una vez se disipó la atención, las autoridades de la prisión pidieron que se hiciera un informe médico para confirmar la innegable evidencia de su desequilibrio y trasladarla al psiquiátrico de Ciempozuelos en 1935, donde estuvo internada hasta su muerte, en 1956.
Su historial médico de esas décadas en el manicomio salió a la luz en 1977 y ha servido para alimentar no sólo el conocimiento sobre ella sino el de la psiquiatría de la época.
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