“Hola, has contactado con el buzón de voz de Yasmin Rufo. Por favor no dejes ningún mensaje porque no lo escucharé ni te llamaré de vuelta”.
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Desafortunadamente ese no es el mensaje del buzón de mi teléfono, pero sí podría ser el de muchos jóvenes de la generación Z y de los millennials.
Una reciente encuesta reveló que una de cada cuatro personas que tienen entre 18 y 34 años nunca contestan las llamadas de teléfono. Los encuestados aseguran que ignoran la llamada, responden vía mensaje de texto o buscan en internet el número para ver si lo reconocen.
La encuesta de Uswitch, con una muestra de 2.000 personas, también arrojó que cerca del 7% de los jóvenes entre 18 y 35 años prefiere servicios de mensajería de texto por encima de una llamada.
Para las generaciones mayores, hablar por teléfono es normal: mis padres pasaron su adolescencia peleando con sus hermanos por quién usaba la línea telefónica solo para que después toda la familia escuchara sus conversaciones.
En cambio, los años de mi adolescencia yo los pasé enviando mensajes de texto.
Desde el momento en que recibí mi Nokia rosado en mi cumpleaños número 13, me obsesioné con enviar mensajes de texto.
Pasaba todas las tardes después de la escuela escribiendo mensajes de 160 caracteres para mis amigos, sacando cada vocal y espacio innecesario, hasta el punto de que el mensaje parecía un revoltijo de consonantes que incluso una agencia de inteligencia hubiera tenido dificultades para descifrarlo.
En 2009, las llamadas en mi teléfono celular podían costar una fortuna.
“No te dimos este teléfono para que pudieras chismear con tus amigos toda la noche”, me recordaban mis padres mientras revisaban mi factura telefónica mensual.
Y así nació una generación de mensajeadores: las llamadas desde el móvil eran solo para emergencias y el teléfono fijo se usaba con poca frecuencia para hablar con los abuelos.
La doctora Elena Touroni, psicóloga consultora, explica que como los jóvenes no han desarrollado el hábito de hablar por teléfono “ahora les parece extraño al no ser la norma”.
Esto puede provocar que los jóvenes teman lo peor cuando su móvil comienza a sonar (o a encenderse silenciosamente porque ninguna persona menor de 35 tiene un ringtone estridente).
Más de la mitad de la población joven que respondió en el estudio de Uswitch admitió que pensaba que una llamada inesperada era sinónimo de malas noticias.
La psicoterapeuta Eloise Skinner explica que la ansiedad en torno a las llamadas proviene de “una asociación con algo malo; una sensación de un mal presagio o temor”.
“A medida que nuestras vidas se vuelven más ajetreadas y los horarios de trabajo más impredecibles, tenemos menos tiempo para llamar a un amigo simplemente para ponernos al día. Las llamadas telefónicas, entonces, quedan reservadas para las noticias importantes de nuestras vidas, que con frecuencia pueden ser complicadas y difíciles”, afirma.
“Es exactamente eso”, dice Jack Longley, de 26 años, y añade que él tampoco responde nunca a números desconocidos porque pueden ser “estafadores o telemercadeo”.
“Es más fácil simplemente ignorar las llamadas en lugar de analizarlas para descubrir cuáles son legítimas”.
Pero no hablar por teléfono no significa que la gente joven no esté en contacto con sus amistades: nuestros chats se llenan de notificaciones durante el día con una mezcla de mensajes banales, memes, chismes y, más recientemente, notas de voz.
Muchas de estas conversaciones ahora tienen lugar en redes sociales, particularmente en Instagram y Snapchat, donde es más fácil enviar imágenes y memes junto a un texto.
Mientras muchos están de acuerdo en que las llamadas son un gran “no”, las notas de voz han dividido a las nuevas generaciones.
En la citada encuesta, un 37% de los jóvenes entre 18 y 34 años dijo que su forma preferida para comunicarse eran las notas de voz. En comparación, solo un 1% de las personas entre 35 y 54 años prefieren mensajes de voz por sobre una llamada.
“Una nota de voz es como hablar por teléfono, pero mejor”, dice Susie Jones, una estudiante de 19 años. “Obtienes los beneficios de escuchar la voz de tu amigo, pero sin presiones, por lo que es una forma más amable de comunicarse”.
Pero para mí, escuchar una nota de voz de cinco minutos de un amigo que me quiere poner al día acerca de su vida es doloroso. Se desvían del tema, cada idea la terminan con expresiones repetitivas y la historia completa se podría haber perfectamente contado en un par de mensajes de texto.
Con todo, tanto los mensajes como las notas de voz permiten a la gente joven participar en conversaciones a su propio ritmo y entregar respuestas más meditadas y ponderadas.
Pero ¿hasta qué punto la fobia al teléfono móvil en tu vida personal empieza a afectar tu vida laboral?
Henry Nelson-Case es un abogado y creador de contenido de 31 años cuyos videos de “millennials abrumados” resultan dolorosamente familiares: incluyen la angustia de enviar un correo electrónico a toda la empresa, negarse amablemente a trabajar horas extras y, por supuesto, uno sobre un empleado que hace cualquier cosa para evitar una llamada telefónica.
Él dice que “es la ansiedad asociada con las conversaciones en tiempo real, la posible incomodidad que estas pueden conllevar, el no tener las respuestas y la presión de responder inmediatamente” lo que lo hace odiar hablar por teléfono.
“Las llamadas te exponen más e implican un mayor nivel de intimidad, mientras que los mensajes son más distantes y te permiten conectarse sin sentirte vulnerable o expuesto”, explica Touroni.
Dunja Relic, una abogada de 27 años, dice que evita las llamadas en el lugar de trabajo porque “pueden consumir mucho tiempo y hacer que se retrase en sus tareas”.
Skinner lo describe como el sentimiento de “esto podría haber sido un correo electrónico”.
“Hay una creciente sensación de protección sobre nuestro tiempo y llamar a alguien requiere que el destinatario haga una pausa en su día y dedique atención a la conversación, algo difícil de hacer para quienes realizan varias tareas a la vez”.
James Holton, un empresario de 64 años, dice que sus empleados más jóvenes rara vez responden a sus llamadas telefónicas. “O tienen un mensaje predeterminado que dice que están ocupados o ponen mi número en llamadas desviadas, por lo que la llamada nunca se realiza”, afirma.
“Siempre tienen una excusa bajo la manga, siendo la más común el que mi teléfono estaba en silencio, así que nunca lo vi y me olvidé de llamarte después”.
Dice que definitivamente ha tenido que adaptarse después de darse cuenta de “una brecha visible de comunicación” entre generaciones.
Para él, “si los empleados se sienten más cómodos con los mensajes de texto, entonces es mi responsabilidad respetar esa elección”.
Pero con la preferencia de la comunicación no verbal y la tendencia a trabajar desde casa, ¿estamos perdiendo la habilidad para las conversaciones informales no agendadas previamente?
Skinner dice que si la tendencia actual se mantiene en el tiempo, entonces “podríamos perder el sentido de cercanía o conexión”.
“Cuando nos comunicamos verbalmente nos sentimos más alineados, emocional, profesional o personalmente”, continúa. “Esta conexión puede generar una mayor sensación de realización, especialmente en el lugar de trabajo”.
Ciara Brodie, gerente de área de supermercado de 25 años, va contra la corriente y dice que “le encanta y aprecia cuando mis superiores me llaman”.
“Es más reflexivo que un mensaje de texto porque requiere una cierta cantidad de esfuerzo, por lo que realmente sabes que tus superiores valoran tu aporte”.
A ella especialmente le gusta hablar con sus colegas por teléfono en los días en que trabaja desde casa ya que “esto puede terminar siendo algo solitario y es agradable mantenerse conectada”.
Mientras algunos podrían decir que esta nueva tendencia comunicativa es prueba suficiente de que somos una generación de cristal, en realidad no es así.
En cambio, se trata de adaptarse. Sin duda hace 25 años la gente se resistía a cambiar el fax por el correo electrónico, pero el cambio hizo que la comunicación fuera mucho más eficiente.
Tal vez ahora sea el momento de reconocer el poder de los mensajes de texto y, tal como dejamos atrás el fax en los años 90, dejar atrás las temidas llamadas telefónicas en 2024.
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