Gracias por tanto, España. Gracias por regalarnos años de fútbol vistoso y armonioso como pocas selecciones han hecho. Gracias por practicar este deporte de la forma más pura, como mandan los manuales que lo crearon. Gracias por hacernos disfrutar, dejarnos boquiabiertos y lograr lo que lograron de la manera más perfecta posible. Pero, como todo en esta vida, siempre hay un final. Nada es eterno. Ese final llegó ayer ante Chile. Quizá era momento de cambiar, repensar las cosas. Sin embargo, este grupo de estrellas decidió caer y morir en su ley. Han pasado cuatro años desde el título que elevó a este grupo al peldaño más alto de todos: el Mundial. Y seis desde que ganaron la Euro 2008, pero el estilo nunca se negoció. Sucede que cuando la precisión decae, el vértigo y la velocidad brillan por su ausencia, y cuando los actores principales ya no son capaces de actuar con la suficiencia de antes, las cosas terminan mal. Terminan mal porque el pase, el toque corto, el fútbol de rotación y movilidad, de la búsqueda paciente de espacios, ese estilo que hizo grande a España (y al Barza) requiere de un nivel casi máximo de perfección. Y esta España no llegaba a eso. Primero lo desnudó Holanda y lo volvió a hacer Chile. Hay una jugada clave que explica por qué España no pudo ser lo quería. Previo al gol de Eduardo Vargas, Xabi Alonso se vio presionado por un medio chileno, tocó atrás y le regaló el balón al rival. Esa capacidad de defenderse con el balón y la posesión se perdió en gran porcentaje. En el Mundial de Brasil vimos al equipo de Vicente del Bosque perder el balón mucho más fácil que de costumbre. Tuvo la posesión más tiempo que sus rivales pero no con cifras arrolladoras. Los Xavi y Busquets se vieron superados por hombres de mayor trajín y velocidad, Alonso no fue el esclarecedor de juego, Iniesta no frotó la lámpara como en sus mejores años. Más penoso fue lo de Piqué, muy lejos de ser ese zaguero firme en el uno contra uno. Ni siquiera Diego Costa, de gran temporada, pudo revolucionar el ataque español, en gran parte también por sus problemas físicos. Aunque vale decir que en general se le vio mermado físicamente a todo el equipo. Costa no fue el único problema en ataque. España se aproximó al arco rival pero careció de fluidez y exactitud en los metros finales. También extrañó un jugador con un cambio de ritmo y aceleración diferente. Villa lo fue en algún momento, pero en Brasil ni vio minutos. Navas, extremo del City, quedó fuera por lesión. A Pedro le sobró entusiasmo, más no ejecución. Algunos le critican a Del Bosque que haya dejado fuera de la lista a Negredo y Llorente, y optado por un Niño Torres de mala temporada. Lo cierto es que España no se pudo imitar a sí misma. Y probablemente pasará mucho tiempo para ver otro cuadro así. La suplencia de Xavi y su posible marcha del Barcelona es también una forma explicar el fin de una era gloriosa, como la llaman los españoles. ¿Falta de hambre de títulos en un grupo que lo ganó todo? No lo creo. Es el final de una historia que siguió una línea normal: tuvo un inicio muy alentador, llegó a su pico más alto y le tocó descender. Tal cual le sucedió al Barcelona en esta última etapa. No soy quien para decir cómo debería jugar España de aquí en adelante. Sí creo que es momento de evaluar, analizar y decidir cuál es el rumbo que se le quiere dar a la todavía vigente campeona del mundo. Por ahora todo parece confuso, pero hay tiempo. Eso sí, por más años que pasen, esta etapa que ya terminó nunca la olvidaremos. Gracias por tanto, España.
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