JORGE SAVIAEl País de Uruguay / GDA
Aún está “en carne viva” en todo el mundo, lo que ocurrió en el Mundial que Brasil -un país de tradición futbolística como pocos- organizó por segunda vez en la historia en su propia casa, inocultablemente con la lógica intención de poder “sacarse la espina” de lo ocurrido el 16 de julio de 1950.
Es más, aquello que el periodismo universal definió y -pese al paso de las generaciones- sigue catalogando como “la mayor hazaña en la historia de los mundiales”, motivó a que más de un candidato a campeón en Brasil 2014, aparte del local, soñara con escribir su propio “Maracanazo”; y argentinos, alemanes y holandeses hasta lo dijeron.
No pudo ser. Pese a que el 7 a 1 de Alemania a Brasil entró en la historia como el “Mineirazo”, por tratarse de una semifinal y no de la final del Mundial, y porque el partido ni siquiera se disputó en el mítico estadio carioca, no se produjo el “Maracanazo”, tan temido por los brasileños y anhelado por los extranjeros.
Es que para el mundo entero el embrujo del imponente escenario radica sólo en lo que pasó ante el asombro y dolor de 200.000 personas, el 16 de julio de 1950: Brasil era campeón mundial con el empate e iba ganando 1 a 0, pero la victoria fue de los celestes.
Por la experiencia vivida, no sólo en el aspecto futbolístico, sino también en el social y el económico, parece difícil que Brasil vuelva a hacer el intento. Así que, al cumplir 64 años, la leyenda entró a ser única; y eterna.