RUY JORDÁN ESPEJO
Como es costumbre cada vez que juega su selección, decenas de hinchas uruguayos residentes en Lima, o limeños con sangre charrúa, abarrotaron El Parrillón: un restaurante en el que se respira un clima totalmente futbolero pues está decorado con fotos de cracks celestes, camisetas firmadas y recortes históricos del Maracanazo.
Con banderas, gorritas de arlequines y camisetas de Suárez, los hinchas –entre los que se encontraban chefs como Gastón Acurio y Mitsuharu Tsumara – tomaron posición y se alistaron para ver si la celeste podía conseguir la hazaña de eliminar a Inglaterra. Varios medios de prensa estaban posicionados con sus cámaras en el local y esto reforzó la atmósfera de partido decisivo.
El primer gol de Suárez hizo temblar las mesas, sobre todo aquellas donde se encontraban las mujeres que eran las más entusiastas y celebraban cada jugada. El buen ánimo y la confianza reinaban hasta mitad del segundo tiempo cuando Wayne Rooney puso el empate e instaló la angustia en el local. Pese al nerviosismo, el aliento no cesó y llegó la recompensa de los pies del ‘Pistolero’, que con sus dos goles redondeó una hazaña que hizo recordar a la que logró Maradona con los ingleses en el Mundial de México 86.
Con el pitazo final, una de las hinchas con la bandera pintada en la mejilla y la 10 en el pecho dejó de morder la bandera, la empezó a girar en el aire como si fuera una camiseta y empezó a abrazarse con los comensales de su mesa como si ella misma hubiera hecho el gol.
A un costado, una fanática que madrugaba los fines de semana para ver los partidos del Liverpool, acariciaba en silencio su camiseta de Suárez, como si conversara con ella. Al fondo, tras el vidrio, en una mesita para dos, Don Ariel Pukpo –un charrúa que creció con las historias que sus padres le contaban sobre el Maracanazo– se arropada con su bandera como si en ella encontrara la fuerza y el abrigo para enfrentar el próximo martes a Italia.