Es natural, hasta inevitable, comparar la danza de entrenadores en los grandes clubes de fútbol con un carrusel de feria de diversiones, en el que muchos niños se disputan unos pocos caballitos.
Lo último es que Pep Guardiola dejará su lugar a Carlo Ancelotti en el Bayern Múnich y que lo más seguro se siente en el banquillo del Manchester City la próxima temporada en reemplazo de Manuel Pellegrini, mientras que el chileno podría tal vez ocupar el lugar de Guus Hiddink en el Chelsea, o el de Jorge Sampaoli al frente del seleccionado chileno, mientras que José Mourinho iría al Manchester United o el Real Madrid (si se presume que el portugués premeditó su despido del Chelsea) o al Paris St. Germain o al seleccionado inglés... o al Roma, que de todo esto y mucho más corren rumores.
Y así todo el tiempo.
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No recordamos una etapa tan fértil en versiones de intrigas, degüellos y empujones en los banquillos de los principales clubes europeos. Ya dan por muerto a Louis Van Gaal, el patriarca que pareció una apuesta segura hace muy poco tiempo... y mencionan como su posible reemplazante a un pirómano de los vestuarios, repudiado antes por esa inclinación, cuyo último acto en el Chelsea fue denunciar “traición” de jugadores y reivindicar su “gran trabajo” personal.
Daría pena si no tuviéramos en cuenta que se trata de personajes que ganan fortunas, mucho más privilegiados que centenares o miles de colegas que no tienen tanta suerte o talento.
¿Están sobrestimados, los entrenadores? Claro que sí. En una actividad coral, como el fútbol de alta competición, la responsabilidad debería ser compartida, pero una serie de prejuicios lleva a los aficionados a creer que el triunfo y la derrota son responsabilidades casi exclusivas del DT.
La fantasía se desvanece cuando comprobamos que en un abrir y cerrar de ojos el personaje deja de ser héroe y se transforma en bandido, cuando resulta evidente que las virtudes que trajeron la victoria se convierten en los defectos que precipitarán la derrota.
La capacidad de los entrenadores se reduce, o eso creen muchos, a sus dotes para conducir y motivar grupos, asociada con módicas dosis de astucia y conocimientos tácticos compartidos por casi todos los técnicos profesionales, ya que hablamos de fútbol, no de física nuclear.
¿Cuántas veces han escuchado un dato u observación luminosos de un técnico profesional?
Cada uno maneja el limitado bagaje del oficio según su talento y otras características personales.
Así, los méritos profesionales de los técnicos del fútbol pueden ser reducidos, para comodidad del análisis, a cualidades del carácter perfectamente identificables en cada caso.
Mourinho, por ejemplo, reúne la habitual batería de preparación meticulosa, lectura de juego, invención de variantes y rapidez de ejecución, identificación de debilidades del adversario, intuición del momento de cambio o instante crítico de un partido... en fin esto y mucho más.
Pero la sensación que se ha afirmado y que reduce sus posibilidades de empleo futuro, es su mecha corta en la relación con los jefes del vestuario, su agobiante protocolo de estímulo, consistente en una mezcla de garrotazo y recompensa, con adulaciones e insultos alternados que terminan por ser insoportables para jóvenes talentosos y, más importante, millonarios, que se sienten superhombres a bordo de los super coches que les regalan todos los años.
Hablando mal y pronto, uno no puede tratar a tipos de este calibre como a pendejos. Es por esto que hasta Cristiano Ronaldo, otro pupilo del semillero de Jorge Mendes, dejó de cooperar con él.
Así, tenemos al Mourinho provocador, áspero, capaz de inflamar la ambición de un plantel pero también de provocar un motín como el del Bounty (1789), el más famoso en la historia de la marina británica, que puede leerse como muchas de las crónicas de lo acontecido en el Chelsea.
El capitán Bligh, cuya brutalidad precipitó el motín, fue rehabilitado por el Almirantazgo (que persiguió implacablemente a los amotinados) y sirvió luego bajo las órdenes del almirante Nelson en la famosa batalla de Copenhague: es como si Mou reapareciera mañana en el Man United.
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José Mourinho es demasiado complejo e impredecible para encasillarlo en la categoría de fracasado aunque su carrera siga por ahora una trayectoria descendente.
A fin de cuentas, ¿no parecía terminal la desgracia de Manuel Pellegrini cuando debió marcharse del Real Madrid para refugiarse en el Málaga? ¿O la de Benítez cuando se agriaron sus sucesivos tránsitos por el Liverpool, el Chelsea y el Napoli?
Ya hemos visto que estos supervivientes reaparecieron en el Manchester City y el Real Madrid, pero ya se habla de que el chileno podría ser reemplazado por Pep Guardiola y el español por... vaya uno a saber, tal vez Joachim Löw, o Zinedine Zidane, o el mismísimo Mourinho, que sigue siendo el paradigma del entrenador para el presidente Florentino Pérez, según suele decir.
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Un genio hoy, un desastre mañana... igual que los políticos cuando ganan y pierden elecciones.
Es curioso comprobar que casi todos los entrenadores de primera categoría son identificables con rasgos de carácter que definen su perfil mediático, determinante de su atractivo entre los dirigentes que los contratan... y los despiden.
Ancelotti, por ejemplo, llegó al Real Madrid precedido de una fama de hombre flexible, contemporizador, dialogante... las mismas características por las que lo echaron.
Fue reemplazado por un personaje con cartel de firmeza, de disciplina táctica, de no hacer concesiones a los jugadores, virtudes “de Mourinho” que malquistaron a Benitez con CR7, James, Kross, Isco y vaya uno a saber quién más.
Pellegrini es un hombre de carácter apacible, o que eso aparenta. Paciente, razonable, le gusta manejar a su equipo con estímulos intelectuales en vez de arrebatos emotivos. Como es natural, lo reemplazará un personaje totalmente diferente, un tipo volcánico, en continuo movimiento, que recorre la línea de cal durante los partidos, inquieto, como en combustión por un fuego sagrado.
En la parte roja de Manchester, aficionados, jugadores y tal vez directivos se preguntan si no es hora de echar por la borda al viejo gurú holandés cuyos caprichos están condenando al equipo a un rendimiento tanto o más penoso que el producido por David Moyes, un colmo si los hay.
Van Gaal es autoritario, con una inclinación a regimentar el juego de los futbolistas más imaginativos y dotados técnicamente; tiene el gatillo fácil y dispara desde la cintura, sin apuntar muy bien, como pueden atestiguar Falcao, Di María, Valdés, Mata y otros sacrificados.
En fin, que hay razones para imaginar que el entrenador ideal, una noción fantástica, contaría con una batería de las características que distinguen a los técnicos de primer nivel.
Así, tendría:
- La energía fenomenal de Mourinho, inflamada por su “complejo de Dios” y su paranoia.
- La obsesión y la búsqueda permanente de opciones de Guardiola.
- La capacidad de sintonizar con los jugadores de Ancelotti.
- La pasión y capacidad de motivación de Simeone.
- La serenidad y paciencia de Pellegrini.
- El sistema de Sampaoli.
- La arbitrariedad de Van Gaal.
El problema es que varias de estas características son incompatibles entre sí. Los dirigentes que contratan a los técnicos suelen elegir a uno para compensar los problemas que le trajo el anterior.
Al fin y al cabo, como diría Enoch Powell, “las carreras de todos los entrenadores terminan en fracaso”.
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