La Copa Libertadores posee su propia música. Una que, ya desde hace un tiempo, no alcanza los elevados registros melódicos de su homóloga europea, pero que suena bien de todas formas. ¿Y quién puede ser de estas cuatro sinfónicas históricas la que, finalmente, interprete mejor su partitura, evada la nave del olvido y se consagre, otra vez, en un certamen que, en sus cinco primeros años, tuvo el nombre de Copa de Campeones de América?
Es recién en 1965 que es bautizada como la conocemos hoy en día. La amnesia ha sido continental. Ya lo pasado, pasado y para todos los sudamericanos la Libertadores ha sido desde siempre ‘La Libertadores’: la vieja propietaria de la ilusión por la que los correligionarios de River, Boca, Gremio y Flamengo se desgañitan presagiando el final del torneo.
Tras el sinsabor contra River en el Monumental, Gustavo Alfaro, guía de los xeneizes, desesperado y consciente de que inexorablemente el amor acaba rápido en el corazón de los hinchas si las derrotas se suceden con frecuencia ante sus gallináceos oponentes, adujo que el triste trabajo arbitral influyó en el desenlace. Ciertamente, elréferi pitó mal, pero hoy en día es difícil encontrar, por más que se busque, por más que se esconda en el fútbol sudamericano, un mejor equipo que el de Gallardo. Está claro que el amar y el querer en el fútbol siempre se supedita a los resultados y no alcanza con liderar el torneo local si luego se tiñen los colores de gris frente a su más añejo adversario. River fue muy superior en Núñez y ‘Napoleón’ cada vez está más cerca del ‘Príncipe’ en la idolatría millonaria.
Lo que un día fue no será, parecía hasta hace poco, la resignada filosofía del Flamengo. Campeones en el 81, con Zico como bandera y Junior como lugarteniente, sus millones de torcedores entre lágrimas admitían, comparándose con su propio pasado, que uno no es lo que quiere sino lo que puede ser. Por eso, cansados de esas ilusiones que se forjan en el tiempo y dando tumbos con asiduidad, les costó entregarse a este elenco de estrellas que comanda el portugués Jorge de Jesús.
Valió la pena la espera porque, este último tiempo, los hinchas rubronegros han empezado a llorar de alegría y no de miedo. El equipo tiene la calidad del terciopelo de angora y parece deslizarse más que correr sobre el césped. Y a los sufrimientos como a las palabras, se las ha llevado el viento y ya no sienten la enorme ansiedad de tornar a su antigua grandeza.
El ballet carioca danzó en Porto Alegre y mereció golear. El azar, que a veces tiene el fútbol, quiso que fuera un empate. Gremio, que es un elenco rocoso y efectivo, logró un punto cuando más preso se sentía del dominio del ‘Mengao’. Ya contra Palmeiras, los de Portalupi clasificaron jugando de visita. Esperan volver a hacerlo porque según los hinchas gauchos la historia de este amor se escribió para la eternidad. Eso nomás.