Nombrar al entrenador de moda nunca fue solución para la selección peruana. Pasaron Freddy Ternero, Franco Navarro, Julio César Uribe, entre otros, y todos obtuvieron resultados poco favorables. Estuvieron a la moda, pero nunca les quedó el buzo.
Llegó Sergio Markarián, el opuesto a estos casos, con mucho más currículo que todos, y quedó a diez puntos del repechaje en las Eliminatorias.
El entrenador es importante en la ejecución de una idea de juego y, claro, en el convencimiento de su idea a los futbolistas. No obstante, no deja de ser solo una pieza dentro de un rompecabezas en el que fallamos en todo lo demás. Es muy difícil que un técnico cambie la pobre realidad de nuestro fútbol sin un trabajo macro y organizado. Así vaya al Mundial. Ejemplo: los ‘jotitas’ fueron a Corea del Sur y el sistema se los devoró.
Es como si llegara un ingeniero de la NASA a manejar un destartalado mototaxi. No lo lleva a ningún lado.
Perú, por ese motivo, no necesita a Pinto. No necesita un nombre; le urge un hombre. O mejor, un proyecto. Nadie duda de la capacidad del colombiano ni de su Mundial, pero a nivel general, nuestro balompié requiere de una revolución. Y no a nivel de entrenadores, sino de estructura.
Nombrar a un Bielsa (es solo un ejemplo) para que redireccione el rumbo a nivel de organización, capacitación, torneo local, menores, Segunda División, Copa Perú, selecciones, etc., y sea él quien designe a los encargados para cada puesto. Un todopoderoso que sepa qué hacer (porque en el Perú no los hay). Y lo mejor que debe hacer es no llegar con Burga.
Además, debe ser un revolucionario, alguien que más allá de una clasificación, nos otorgue un modelo correcto a seguir. Un plan que vaya más allá de los nombres. Un plan que vaya más allá de Burga, sobre todo. Un plan que siga funcionando a través del tiempo, con él o sin él en la Videna.