Sería injusto no mencionar a Javier Arce en la construcción de este Binacional campeón, el equipo más regular de la temporada 2019. Pero sería igual de erróneo restarle méritos a Roberto Mosquera, el técnico que tomó al club en el último tramo de la Liga y acaba de llevarlo a la gloria, nada menos que de visita, y en una de las canchas más difíciles del país.
A Mosquera se lo ha caricaturizado por su predilección por la ropa de marca y cierta sofisticación al hablar (su "jardín anímico" es un clásico nacional). Fijarnos en si sus ternos son Boss o Zegna nos han hecho olvidar al profesional íntegro y respetuoso, cultor de la estética y el buen juego, que ha sabido asimilar los duros golpes recibidos en el camino.
Porque ‘Mou’ suma 3 descensos y algunas de las goleadas en contra más espantosas que se recuerde, y a pesar de todo eso, ha persistido. Ha sabido domar su romanticismo innegociable y, como ayer en Matute, ha aprendido que la cautela puede hacerle bien al corazón.
Hay, sin embargo, un aspecto fundamental que entre tanta euforia parece que hemos minimizado: Mosquera ha ganado un título con un equipo que hace solo días perdió a uno de sus mejores jugadores (Juan Pablo Vergara) en un accidente de tránsito, y que unas horas antes de la primera final se enfrentó a su presidente porque quiso entrometerse en la planificación deportiva.
¿Cómo minimizar el trabajo de Mosquera después de esta épica que escribió su primer capítulo en Juliaca y ayer cerró su historia en La Victoria con el final más feliz? Celebremos con Juliaca y Binacional, pero también por la vuelta de Roberto Mosquera. Lo necesitábamos.