El hincha insulta y amenaza. Es normal. Pero los gritos y los ‘ajustes’ no hacen magia. No enseñan a un jugador a darle la pelota a otro que lleva la camiseta del mismo color. Tampoco a pararse bien en un córner, ni mucho menos a marcar con rigor. La ‘U’ no tiene equipo y lo poco que muestra esta versión mustia e inaguantable ha abrumado a su experimentado entrenador.
Y al resto de mortales, que la llevamos impregnada en cada célula, nos tiene con el corazón hecho trizas, como si estuviésemos en el cuarto de un paciente muy enfermo, impotentes, desolados, a la espera de que se apaguen sus latidos, sabiendo que pronto dejará de respirar.
El problema de Universitario no se arregla con mentadas de madre ni llamados a tomar el Monumental. Cualquier alternativa de este tipo sería gasolina sobre un club en llamas. Ahuyentaría a los escasos hinchas que persisten en acompañarlo a la espera de un triunfo milagroso y a las empresas que, en un acto supremo de ingenuidad, creen que les sirve asociar su marca a un equipo que ha empezado a acostumbrarse a perder.
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