Poco se puede decir de una pelea sin paridad, en la que un campeón probado, como Álvarez, se mide ante lo que Juan Carlos Ortecho bien ha calificado como un “budín”: un inglés tan blandito y tierno que fue incapaz, incluso con las rodillas en la lona, de esconder su felicidad por haber tenido la oportunidad de conocer Nueva York. Poco menos de seis minutos bastaron para que Fielding se doble cuatro veces. Nunca me tocó ver a un perdedor tan contento.
La explicación a este desacierto tiene que ver con el modelo de negocio que DAZN le ha planteado al púgil de Jalisco: US$364 millones por 11 peleas. En un punto, el boxeador y la empresa buscan recuperar su inversión lo antes posible sin reparar en lo que, tradicionalmente, importa: construir una carrera, encumbrar a un deportista, buscar la gloria. Las viejas virtudes que ennoblecieron a la ‘dulce ciencia’ se ven totalmente liquidadas por una visión empresarial predadora, sin temor al ridículo y que no teme sacrificar el espectáculo bajo la idea de que el aficionado pagará por lo que lo pongan en el ring. ¿Pero hasta dónde se puede estirar la cuerda?
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Es entendible que Álvarez no pelee cada 3 meses con Golovkin, pero eso no evita que el seguidor no se sienta frustrado luego de ver cómo se trapea el piso con una categoría, los supermedianos, en la que brillaron Sugar Ray Leonard (cómo olvidar su combate con Hearns) o Joe Calzaghe. Es injusto exigir que los años dorados del boxeo regresen mágicamente, pero es legítimo reclamar a un boxeador como ‘Canelo’, que no le hubiera resistido dos rounds a Chris Eubank o Roy Jones Jr., que tenga más respeto al momento de escoger a sus contendores. Lo visto el sábado en la noche entra, de lleno, en la larga lista de papelones con los que el pugilato profesional drena su respetabilidad. Ver a Fielding, quien poseía ventaja en altura y alcance, arrojarse desde el primer segundo al ‘infight’ es lo suficientemente triste como para apagar el televisor o cambiar de canal.
El boxeo como sistema, amplia y justificadamente criticado por el continuo asedio que sufre de fuerzas nocivas (mafias, drogas, tongos, explotación), no parece reparar en lo que pierde: la atención mediática y comercial deriva a las artes marciales mixtas, hay un pobre relevo generacional entre los aficionados, las figuras son deslucidas y hay categorías completas perdidas en la monotonía o la irrelevancia (la más clamorosa, los pesos pesados).
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Hay quien, con posible razón, sostiene que el síntoma mayor de la crisis del boxeo consiste en que los amantes de este deporte no hacen sino criticarlo. Es posible que exista sobreexpectativa, nostalgia y que ello genere una dureza excesiva al momento de analizar el presente. Finalmente, todos los grandes campeones tuvieron peleas de trámite y si no fuera por ellas no hubiera aparecido la figura del ceniciento, el “Cinderella man”. Óscar Wilde sostenía, en “La balada de la cárcel de Reading”, que todos los hombres matan lo que aman. De acuerdo hasta ahí. Pero ello no evita pensar que ‘Canelo’ y Fielding hicieron el negocio de su vida: el primero se va con 35 millones de dólares; el segundo tuvo una visita pagada al Madison Square Garden y una buena historia que contar a sus nietos. Nunca dos personas ganaron tanto habiendo ofrecido tan poco.