“Monzón le hubiese ganado a Durán sin problemas”, dispara convencido Jorge Barraza en una de nuestras ocasionales tertulias pugilísticas. Debo asentir. Es muy probable que, si se hubiesen visto las caras en la categoría mediano, ‘Escopeta’, como apodaban en sus inicios al fortísimo boxeador argentino, hubiese superado a mi idolatrado ‘Manos de Piedra’. El panameño deslumbró en los ligeros y en los welters, pero en los medianos solo fue un transeúnte con algunos destellos de brillantez.
Carlos Roque Monzón Ledesma era su nombre legal. Era un peso medio natural poco común. Tenía un estilo de boxeo minimalista y económico en cuanto a sus impactos. No los desperdiciaba. Todos y cada uno de los mandobles que disparaban sus larguísimas aspas tenían como propósito mantener a la distancia a sus oponentes para, desde ahí, empezar a destruirlos. El ex campeón europeo Jean-Claude Boutier, dos veces retador del ‘Gaucho de Hierro’, le confesó a Carlos Irusta, su biógrafo, que “Monzón era extraordinario porque no solo te noqueaba: te destruía, lo cual es todavía peor. Donde pegaba, hacía doler. Un golpe en el brazo o en el hombro producían intensos dolores. Al final, quebraba a sus rivales”.
En “La noche de Mantequilla”, y en clara alusión a la victoria por nocaut de Monzón sobre el campeón welter José Ángel Nápoles (apodado de esa manera), el escritor amante del boxeo Julio Cortázar comparó al púgil argentino con un “sauce de largos brazos que se hamacaba en las sogas para, desde ahí, volver a castigar arriba y abajo, seco y preciso” al abatido cubano. El propio Irusta opina que “sin ser un estilista, Monzón se asemejaba a un torero, manejando los espacios, agotando al enemigo, obligándolo a rendirse”.
Hace tres días que se ha cumplido otro aniversario más de la muerte del mejor púgil sudamericano de la historia . Son 24 años los transcurridos desde que ocurrió el accidente automovilístico que segó su vida en la ruta a Santa Fe. Monzón había obtenido un permiso especial para poder salir de la cárcel ese fin de semana. El ex protagonista de “La Mary”, película donde compartió roles y se enamoró de la diva Susana Giménez, purgaba una condena por el homicidio de su segunda esposa Alicia Muñiz. Esa mañana Carlos perdió el control de su Renault, impactó contra un árbol y murió de forma inmediata.
Su legado es enorme: se retiró como campeón, vengó las dos derrotas que tuvo en el inicio de su carrera y defendió con éxito su corona en 14 ocasiones. Además, venció a rivales de primera línea como fueron Nino Benvenuti, Emile Griffith, ‘Mantequilla’ Nápoles o Rodrigo Valdez. Todos campeones del mundo en su momento. También supo cuándo decir adiós. El día que ‘Rocky’ Valdez lo tuvo sentido, entendió que ya no era el mismo y decidió colgar los guantes.
Pertenecía a una realeza reservada para pocos, al punto que “The Ring Magazine”, la biblia del boxeo, lo ubica como el segundo mejor peso medio que ha existido; únicamente por detrás de Sugar Ray Robinson. Para dimensionar la grandeza de Monzón hay que atender las palabras de Angelo Dundee, el inolvidable entrenador de Ali. “Boxeadores perfectos hay muchos y cada uno tiene su gusto particular, pero si me preguntan y mi opinión cuenta, ese boxeador perfecto se llama Carlos Monzón”. 
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