En los centros juveniles del país están recluidos 1.862 jóvenes que cometieron alguna infracción cuando tenían entre 14 y menos de 18 años. Debido a su edad, los ampara un régimen de responsabilidad penal especial, diferente al que rige para los adultos.
ECData identificó que la mitad de estos adolescentes en conflicto con la ley penal (935) fueron recluidos por robo agravado. La segunda infracción más recurrente es la violación sexual de un menor de edad: hay retenidas 263 personas –es decir, 14,12% del total– por ese motivo. Además, otras 80 (4,30%) fueron internadas por violación sexual.
“Esto refleja mucho la realidad del Perú a nivel de violencia. Para que hayan llegado a estar en un medio cerrado [centro juvenil], estos menores tuvieron que haber cometido faltas bastante graves”, explicó Eileen Contreras, magíster en Psicología Comunitaria.
Efectivamente, la realidad de los centros juveniles se refleja en las cárceles peruanas. Según el más reciente informe del INPE, de diciembre último, el 23,46% de reos está en prisión por robo agravado y el 11,89% por violación de menores. Se trata de los dos delitos con el mayor número de presos.
Por otro lado, el 16,86% de internos de centros juveniles (314) ingresó cuando ya era mayor de edad. Actualmente, el 58,86% (1.096) de la población de estos espacios tiene 18 años o más.
Factores de riesgo
El informe de Naciones Unidas “Factores asociados y trayectorias del desarrollo del comportamiento antisocial durante la adolescencia” (2021) indica que “frecuentar amigos que son delincuentes, portan armas –blancas o de fuego– o consumen drogas constituyen un buen predictor de la delincuencia juvenil”.
En los centros juveniles del país, la mayoría (59,18%) consumió algún tipo de droga, por lo menos ocasionalmente, antes de ser recluidos. La marihuana es ampliamente la sustancia más utilizada: 977 jóvenes (52,47%) la consumían, mientras que 87 (4,67%) mencionaron la cocaína.
El caso del alcohol es mucho más grave: el 80,93% tomaba esta clase de bebidas, por lo menos ocasionalmente, antes de ser internado.
”No todas las personas que consumen drogas delinquen, pero muchos de los que delinquen consumen drogas. En el caso de los adolescentes que delinquen, están en alto contacto con las drogas. La marihuana además es una droga social, como ocurre con el alcohol”, comentó Enrique Castro, especialista en gestión de fenómenos de violencia y delito.
En el documento de Naciones Unidas citado previamente se destaca que “resulta importante [analizar] la actitud del adolescente hacia la escuela –es decir, si la considera un espacio placentero y útil para su desarrollo personal– y el compromiso con las metas de aprendizaje”.
Según el trabajo “¿Cómo están los centros juveniles?”, efectuado por el Ministerio de Justicia en el 2023, el 80,5% “de los encuestados no contaría con educación básica regular concluida”, mientras que “el 59% de las y los encuestados indicó que al menos alguna vez repitió el año escolar”.
En crisis
En el Perú, existen nueve centros para la reclusión de menores en conflicto con la ley penal, además de un anexo en el penal de Ancón 2. En cinco de estos espacios se registra hacinamiento: la sobrepoblación es superior al 20%.
Esto sucede en los centros de reclusión de Pucallpa (69% de sobrepoblación); El Tambo, en Huancayo (59%); Marcavalle, en Cusco (50%); el de Trujillo (47,1%); y el Alfonso Ugarte, en Arequipa (21,7%).
Asimismo, un documento de la Defensoría del Pueblo publicado en el 2020 advierte que el “hacinamiento constituye el principal problema del sistema de los centros juveniles”.
“Este es un problema grave, porque con esas condiciones se disminuyen las posibilidades de reeducación y resocialización. En su mayoría, estamos hablando de adolescentes que afrontan procesos de formación, de reconocimiento de sí mismos y de las normas. Y si conviven en pocos metros cuadrados con otras personas, ese escenario es muy complicado”, asevera Enrique Castro.
Pero hay una situación aún más preocupante. Según el informe de la defensoría, “la infraestructura de los centros juveniles, en su gran mayoría, presenta serias deficiencias” y “agrava el problema el hecho de que no fueron edificados o diseñados para ser centros de detención, y mucho menos para albergar adolescentes infractores”.
Una fuente especializada dijo a El Comercio que la falencia más grave es que “en el Perú no hay estrategias de prevención” en el caso de adolescentes infractores. “Para los menores de edad, la privación de la libertad debería ser el último recurso por el menor tiempo posible”, expresó.
Para Eileen Contreras, “otro gran problema es que no hay un seguimiento y acompañamiento” de los adolescentes una vez que abandonan los centros de reclusión. “Ese es el principal problema de la reinserción social y es uno de los puntos que más necesitamos reforzar”, añadió la especialista.
El Comercio intentó comunicarse con el Ministerio de Justicia y el Programa Nacional de Centros Juveniles para este reportaje, pero no hubo respuesta.
Testimonio*
"Marcos negó que haya matado por dinero. Lo hizo a cambio de droga que quería consumir"
El primer contacto de Marcos con el crimen ocurrió en las congestionadas pistas de la Av. Colonial. Junto a sus amigos, arrebataba celulares a los pasajeros de las combis que circulaban por la zona. El tráfico infernal y la distracción de sus víctimas facilitaban el trabajo.
La habilidad que mostraba en cada robo lo ayudó a escalar rápidamente en ese mundo marginal. Como recompensa, un día llegó a sus manos un revólver de 38 mm con el que se inició en el cruento camino del sicariato.
Hoy, Marcos está recluido en un centro juvenil por matar a tiros a un joven que era parte de un grupo con el que él bebía alcohol en ese momento. Marcos negó que haya recibido dinero por el encargo. Según su versión, lo hizo a cambio de droga que tenía ganas de consumir.
En los centros juveniles del Perú, hay 11 jóvenes internados por sicariato. Uno de ellos fue recluido cuando tenía apenas 14 años, la edad mínima en la que un menor puede ser objeto de medidas restrictivas en el país.
Otros tres –incluida una mujer, la única de este grupo– fueron atrapados a los 15 años, dos a los 16, tres a los 17, uno a los 18 y el último a los 19.
Marcos dejó el colegio en sexto grado, una edad en la que ya consumía alcohol y cocaína. En el centro juvenil en el que ha pasado los tres últimos años de su vida cursa ya tercero de secundaria. Marcos quiere volver a empezar, aunque sabe que el camino no será fácil.
*Relato adaptado del informe “El fenómeno del sicariato en el Perú”, del Observatorio Nacional de Política Criminal.
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