MARCELA MENDOZA R. / @mameri9
No sé ustedes, pero cuando yo era una colegiala atolondrada lograba encontrarme con mis amigas en la puerta del cine sin necesidad de llamarlas cada dos minutos para preguntarles si ya están ahí, si ya llegaron los otros chicos o si hay mucho viento. Si me olvidaba la separata con la tarea, no había más remedio que ir a casa de alguien a copiar a mano todo. Mi tiempo muerto lo ‘remataba’ dibujando en una servilleta o debatiendo con el viento sobre la inmortalidad del mosquito, no presionando una pantalla táctil. Oía la música que venía en el caset en orden, no según me provocara porque era mucho trote eso de retroceder y adelantar la cinta. Y solo podía hablar por teléfono, aunque fueran horas de horas, con una amiga a la vez. Y crecí feliz. En 1990, cuando Genaro Delgado Parker trajo su primer celular 2000 (con la empresa Telemovil) y regaló 100 equipos iguales a sus amigos, nosotras estábamos tiradas en los sofás de la terraza oyendo NKOB y sin despegarnos de esos aparatos negros de ruidoso discado soñábamos con que en el 2000 podríamos ver la cara de la persona con quien hablábamos. Genaro y sus amigos ya sabían lo que era llamar mientras viajabas en auto, pero eso era algo que nosotras ni siquiera imaginábamos. Cuando Telefónica compró CPT y Entel, en 1994, los celulares aquí se vendían por más de US$1.000, pesaban como medio kilo y solo servían para hablar en Lima. Eran algo totalmente fuera de nuestro alcance. La millonaria concesión no atrajo nuestra atención ni nos hizo imaginar lo cruciales que serían esos aparatitos. Llamativos me resultaban los walkie-talkie o radios que usaban mis tíos, pero tenían un problema: solo me servían para hablar con la vecina un par de palabras y hacían inviables esas largas e insustanciales conversaciones mías sobre cuán anaranjado era el atardecer. Eso sí, queda claro que mandar una foto para acabar el debate era más que imposible.
A fines de 1996, cuando Telefónica del Perú introduce el servicio Movistar como un sistema celular digital y sueña con el 15% del mercado conectado para el 2000, ya Hollywood nos había mostrado lo útil que eran esos pesados y descoloridos aparatos. Pero fue al año siguiente, cuando Bellsouth (US$18.000 millones de facturación anual) se planteó ser accionista de Tele 2000, que la oferta se puso más dinámica y no fue hasta 1999 que se pudo hablar de una verdadera batalla masiva. EL PRIMER AMOR¿Quién me lo presentó? ¿Cómo llegó a mi vida? No logro recordar ni el día ni el mes. Supongo que me lo regalaron, pues no tengo registro mental de haberme paseado por una tienda para escogerlo. Lo que sí recuerdo nítidamente es que la química fue inmediata y lo adoré desde el primer día. Era un Nokia azul metálico con teclas blancas y diminuta pantalla negra. Solo servía para llamar, pero era el último vaso de Coca-Cola helada en el desierto porque pesaba 200 gramos y resolvía todos mis deseos comunicativos al instante. Tenía tanto espacio para guardar números telefónicos como mi agenda digital de la Navidad pasada e incluía la opción de mensajes de texto como el beeper que ya usaba. El gran problema es que las llamadas salían carísimas y ya no podía darme esas eternas e insustanciales charlas que acostumbraba. Duró en mis manos –y se adueñó de mis afectos volviéndose indispensable– por dos largos años hasta que un amigo de lo ajeno hizo lo único que sabía hacer y tuve que comprar un Motorola. Un año después otro ladronzuelo me obligó a probar un Sony Ericcson. Y la historia se repitió una y otra vez hasta que Blackberry me enseñó a leer el e-mail en el teléfono: entonces mi vida se transformó. Coincidentemente, un par de años antes (2005) el mexicano Slim entró a dar batalla de precios y arrancó la verdadera expansión del servicio móvil, ese que hoy tiene casi 100% de penetración en Lima y más de 30 millones de líneas en todo el país revolucionando la vida de ricos y pobres. Si mi querido Nokia estuviera observando en la TV lo que pueden hacer los smartphones lanzados en la feria que hoy se celebra en Barcelona (MWC 2014), moriría de puro deprimido. Los aparatitos no solo son superlivianos y pueden vestirse de todos los tonos de rosa posibles, incluyendo pedrería de Hello Kitty, sino que son mejores que una navaja suiza o la piedra mágica de la película. Hacen videollamadas, comparten fotos retocadas por cuanta red social existe, proyectan presentaciones a la pared, funcionan bajo comando de voz, toman dictado, miden el ritmo cardíaco, cuentan calorías, pasan las páginas siguiendo el movimiento de las pupilas, reproducen el Óscar en vivo, fungen de control remoto de la TV o de comando de juegos cual Wii, pagan lo que compras solo si no te sobregiras y sí... también sirven para hablar tonterías con las amigas.