La industria textil, sometida en todo el planeta a la implacable competencia de Asia, está apostando en Perú por la codiciada lana de sus alpacas andinas, cuya floreciente producción sustentable genera empleo y valor agregado.
En la granja Pacomarca, a pocos kilómetros de la localidad de Llalli, cerca del lago Titicaca en la región de Puno, cientos de alpacas salen del corral para pastar en la soleada pradera.
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“Las alpacas son uno de los pocos animales que pueden sobrevivir y dar rentabilidad a sus productores, o a la gente que trabaja con ellas, por encima de los 4,000 metros”, explica el biólogo Alan Cruz, jefe de la granja, un centro experimental del grupo textil Inca que hace estudios genéticos en alpacas (Vicugna pacos).
Cada animal tiene una tarjeta con un número en su oreja que permite a los científicos consultar toda su información genealógica en una base de datos.
Pero no hacen estas investigaciones con fines científicos sino económicos.
Es que una fibra más delgada significa mayor precio para la lana, que ahora compite frente a las cotizadas prendas de cachemir de India y mohair de África del Sur en tiendas de lujo de todo el mundo.
La lana de alpaca, un animal domesticado hace 6,000 años por los antiguos moradores de los Andes, está empujando la próspera industria textil de Perú (US$ 1,400 millones de exportaciones en 2018), en especial en Arequipa, la segunda ciudad del país.
INDUSTRIA EN EXPANSIÓN
Fundada en 1931, Michell es la compañía líder de la industria alpaquera, con 2,500 empleados. En su planta cada día toneladas de lana bruta son sometidas a un proceso de lavado, secado e hilado.
También hay fábricas de hilados y prendas medianas y pequeñas, incluidas unas dedicadas a la “maquila”, o sea, a producir para otros grandes productores.
“El proceso de lavado y acabado es lo más importante en la alpaca”, dice Erika Muñoz mientras muestra orgullosa su pequeña fábrica de confecciones Brisan, donde trabajan 12 personas.
Un caso de crecimiento vertiginoso es el de Art Atlas, que empezó como pequeño negocio de venta de suéteres hace dos décadas y ahora diseña, confecciona y exporta miles de prendas cada año, además de emplear a unas 500 personas, mayoritariamente mujeres.
“Hace cinco años decidimos lanzar nuestra propia marca (...) con la idea de generar nuestro propio trabajo en la época de baja (demanda). Y nuestra producción, nuestra colección fue muy bien recibida en el mercado”, cuenta su fundadora, Jéssica Rodríguez.
Las exportaciones de prendas de alpaca todavía no alcanzan los volúmenes de las de algodón (US$ 744 millones en 2018), pero tienen precio más elevado y crecen más aceleradamente.
En 2018, Perú exportó US$ 308 millones de lana de alpaca, 22% más que en 2017, según la asociación de industriales. El kilo de prendas de alpaca se vendió en 2018 en US$ 91, en promedio, frente a US$ 44 de las de algodón.
Este “boom” favorece a unas 250,000 familias que viven directa e indirectamente de la alpaca, desde modestos pastores andinos a grandes industriales.
RECUPERAR LAS NEGRAS
Como la vicuña, la llama y el guanaco, la alpaca tiene ancestros comunes con los camellos del Medio Oriente.
Cada ejemplar, que vive en promedio unos 20 años, provee unos tres kilos de lana al año (la esquila se hace en noviembre). La fibra más fina y valiosa, llamada “baby alpaca”, se extrae de la parte trasera del cuello.
Por décadas, los fabricantes textiles privilegiaban la lana blanca de alpaca, que era teñida, pero ahora hay demanda creciente por los tonos naturales, que alcanzan la treintena.
La lana negra es escasa, porque el 60% de las alpacas son blancas. Por esta razón, Pacomarca tiene un programa de “recuperación” de la alpaca negra, que ahora representa el 10% del total, explica Cruz.
El 85% de las alpacas habita en Perú, donde hay más de cuatro millones de ejemplares. A pesar de ser producto nacional, la demanda interna de ropa de alpaca es baja: un abrigo de esta lana vale US$ 500 en un país donde el salario mínimo mensual bordea los US$ 300.
Para promover su uso y dar a conocer el universo de la alpaca, el grupo Michell gestiona dos museos en Arequipa y Puno, que reciben 50,000 visitantes al año.