El presidente Pedro Pablo Kuczynski indicó esta semana que se nombrará un “zar de la reconstrucción”, aunque luego lo terminó negando. Alguien tendrá que liderar el esfuerzo de reconstrucción. Lo ideal es que sea el ministro de Vivienda de turno. Ello acelerará el proceso y, además, fortalecerá al Estado. Follow@EconomiaECpe
La debilidad de nuestro Estado ha magnificado el efecto de los desastres naturales. El politólogo Francis Fukuyama distingue dimensiones del Estado: fortaleza y ámbito de acción. La fortaleza se refiere a su capacidad de planear y ejecutar políticas, y hacer que la ley se cumpla; gestionar eficientemente y controlar corrupción. El ámbito se refiere a su rango de actividades, desde las más básicas (como garantizar el orden público) hasta una fuerte redistribución del ingreso.
Podemos discrepar sobre su ámbito ideal, pero la necesidad de que el Estado sea fuerte es incontrovertible. Hemos fallado. Autoridades locales y regionales dieron permisos indebidos o se hicieron de la vista gorda, y el gobierno nacional no articuló suficiente. La institucionalidad informal (la corrupción y el clientelismo) ha prevalecido sobre la formal (el Estado).
La reconstrucción requerirá coordinación entre ministerios y entidades que no coordinan suficientemente entre sí y con autoridades locales y regionales.
Nombrar a un ministro sin cartera o a una autoridad ad hoc (que es lo mismo, ya que un ministro sin cartera no es ministro) para la reconstrucción tiene dos problemas. Primero, no la acelerará. Sin estructura organizacional detrás, no tendrá mecanismos de presión y su capacidad de toma de decisiones será limitada. Sin presupuesto tampoco podrá alinear a las autoridades locales. Segundo, y más importante, no construye institucionalidad. Parte desde cero y no ayuda a que el Estado genere capacidades para hacer mejor las cosas. Incluso, debilita a las entidades existentes. Ya vimos el caso de Pisco.
No podemos darnos ese lujo. Debemos fortalecer la institucionalidad existente. Sugiero que la reconstrucción la lidere el ministro de Vivienda de turno, pues es en su cartera donde recaen la mayor parte de las competencias. Está a cargo de saneamiento (agua y desagüe), pistas, veredas, ordenamiento de la ciudad, entre otros. Además, la Superintendencia de Bienes Nacionales (que administra todos los terrenos del Estado), el Cofopri (que coordina la titulación de predios urbanos) y el Fondo Mivivienda (que ayuda en el financiamiento de viviendas sociales) dependen de este ministerio. Asimismo, tiene experiencia ejecutando obra pública.
Crucialmente, y a diferencia de una entidad ad hoc, el Ministerio de Vivienda controla un importante presupuesto, y puede presionar a las autoridades regionales y locales para que se cumplan las normas que prohíben construcciones en zonas de riesgos. Puede decirles: “Si permiten construcciones en esas zonas, no les transferiremos recursos para pistas y veredas. Priorizaremos a los que cumplen”. Es el ‘realpolitik’ de la descentralización.
El ministro tendría que ser empoderado por el presidente y respaldado por el Congreso, para que lidere la ejecución y monitoree los avances. Su cartera, además, convocaría a otros ministerios, como el de Transportes y Comunicaciones (puentes y carreteras), Agricultura (agricultores afectados), Educación (colegios), entre otros.
En el Perú, raramente construimos sobre lo avanzado. Se resaltan los errores (reales o ficticios) de gestiones anteriores y minimizan sus aciertos. Por ejemplo, no se destaca lo suficiente el rol del Ministerio de Educación del gobierno de Alan García para ordenar el sector y facilitar la reforma educativa del ex ministro Jaime Saavedra. Asimismo, pocos han rescatado la inversión en prevención durante el gobierno del presidente Ollanta Humala. Se implementó el COEN; se descolmataron ríos; se instalaron sistemas de alerta y enmallados en quebradas; se compraron helicópteros, aviones de carga, maquinaria pesada, plantas potabilizadoras, hospitales de campaña, puentes Bailey; entre otras acciones. Reconocer un mérito ajeno no significa pasar por alto errores o corrupción. Pero preferimos destruir.
Cuando pase la emergencia, debemos construir. Construir, claro, viviendas, pistas y puentes, pero, fundamentalmente, capacidades de Estado. Para que no vuelva a pasar.
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