Muchas personas creen que el carisma es para los políticos. Y hacen muy poco para desarrollar el suyo. Pero luego les hace mucha falta cuando quieren cerrar un negocio importante, vender sus servicios profesionales o ir a una entrevista de trabajo. Y es que los que desarrollan su carisma tienen una importante ventaja competitiva: se ganan con más facilidad la confianza y el afecto de las personas. El carismático hace “clic” más rápido con quienes recién conoce, tiende a ser más popular y a ser recordado como más simpático e incluso, como más capaz. Por eso los eligen más en los procesos de selección e incluso son los preferidos de sus jefes.
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¿Nos podemos volver carismáticos? Sí, sabiendo algunos conceptos básicos y practicando a diario. Lo primero, quizá recordar que las personas nos quieren por cómo las hacemos sentir. Eso se traduce en lograr que en cada interacción con nosotros las personas se sientan mejor consigo mismas. Y para eso es clave: evitar la arrogancia a toda costa, que nuestro interés por las personas sea genuino y auténtico, que podamos transmitir calidez sincera en nuestros gestos y palabras, y que nos enfoquemos en dar antes que en recibir.
1. La arrogancia, ese mirar hacia abajo a los demás o sentirse superior no solo disgusta, ofende y maltrata a los demás, sino que también daña mucho al arrogante, a su imagen y a sus relaciones. La arrogancia es la antítesis del carisma y lo destruye por completo. Nada justifica la arrogancia: ni el éxito ni el poder, el dinero o la buena apariencia. Tampoco un CV impresionante, una carrera llena de ascensos y logros o una formación académica impecable.
2. El fingido interés por el otro se nota en un instante, denota manipulación y genera desconfianza inmediata. El carisma está muy relacionado a nuestra autenticidad y al interés genuino que tenemos por los otros, por sus cosas, sus intereses y su bienestar. Sin interés real por el otro los vínculos interpersonales son débiles y unidireccionales; es decir, las relaciones no pueden ser auténticas ni verdaderas.
3. La calidez sincera que damos a otros es sinónimo de afecto, de aprecio y de valoración. Es preocuparnos honestamente por el otro. La calidez nos facilita ganar la confianza de los otros, ser o no confiable es lo primero que las personas miden de nosotros (incluso más que el talento o la capacidad). Y con la confianza ya ganada, la comunicación y la cooperación fluyen de manera abierta y natural. Es muy importante recordar que la calidez se demuestra no solo con palabras sino fundamentalmente con nuestro lenguaje corporal. De lo contrario se genera disonancia y se pierde toda credibilidad.
4. El carismático es generoso en dar reconocimiento, sincero en dar y mostrar aceptación y abierto en dar aprobación a las personas con las que interactúa. No escatima elogios (siempre honestos y mesurados, por supuesto) y hacerlo no lo hace sentir menos que nadie. Por el contrario, el carismático es percibido como muy seguro de sí mismo y también como muy confiable ya que se muestra tal como es y no teme reconocer a los demás o verbalizar el respeto o aprecio que le inspiran.
El carisma ciertamente no reemplaza al talento, al esfuerzo o a la ética pero hace milagros por la marca personal, la carrera, los negocios y claramente, por las relaciones con otros, claves para la satisfacción y el éxito personal y profesional.
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