Le dieron la noticia de manera brutal. Sin respeto, sin consideración, sin ningún profesionalismo. No solo lo dejaron sin trabajo de la noche a la mañana, sino que le destruyeron la autoestima y la dignidad de un plumazo. Lo ofendieron y lo culparon de todo lo que pasaba para justificar la razón por la que se tenía que ir. Siempre es más fácil culpar al que debe irse.
De la noche a la mañana, el mundo, como él lo entendía, se vino abajo. Sin aviso previo ni ninguna señal que lo alertara. De sentirse un profesional valioso y valorado, pasó a ser un hombre desesperado. Y sin ahorros.
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Viviendo en el paradigma, donde se sentía seguro porque tenía un buen trabajo y una carrera ganada a pulso y esfuerzo, sin el sueldo no había dinero para la hipoteca. Tampoco para pagar los colegios. Las tormentas perfectas siempre llegan en mal momento: estaban terminando de remodelar la casa que habían comprado y a eso se habían destinado los ahorros.
No previó jamás llegar a una situación así. Su ingreso mensual era bueno, sus bonos anuales crecían todos los años, junto con sus responsabilidades y su prestigio. Su éxito estaba asegurado. No había por qué guardar pan para mayo. Este tipo de cosas –siempre pensó él– no les pasan a quienes tienen años de carrera ascendente, reputación impecable y buenos contactos. Nada amortiguó la caída.
Pero pasó y le tocó enfrentarlo sin saber por dónde empezar, sin entender los demonios que se despertaban dentro de él. Cometió muchos errores que causaron más estragos, complicándole las cosas.
Repartió currículos por calles y plazas. Frontal e indirectamente, pidió trabajo a sus amigos (y perdió a varios en el camino por eso). Pensó en hacer negocios, pero le faltaba aire por la angustia. Vivía el duelo, la rabia y el desconcierto. ¿Por qué a mí? ¿Qué pasó con mi vida? ¿Qué vamos a hacer? ¿Dónde voy a trabajar? ¿Quién soy ahora? ¿Quién querrá contratarme? ¿Por qué fracasé así? ¿Por dónde empiezo?
Yo no fui de gran ayuda. Estaba muy asustada y también cometí muchos errores. Quien ha estado en ese camino sabe de los estragos que la incertidumbre y la ansiedad causan en todos. De la impotencia que se siente, de la lucidez que se pierde. Pero aprendí a reconocer ese dolor luego, en quienes pasan por esos procesos para tratar de mitigarlo.
Me impresiona cómo todavía hoy aún hay tantos que así dejan ir a su gente, sin ningún respeto ni consideración. Como si ya no doliera ni importara, solo pensando en hacerlo así rapidito nomás y a la ligera, sin darles siquiera alguna ayuda para enfrentar lo que sigue.
Esto se volvió mi vida y mi vocación, guiar y sensibilizar a que el respeto y la consideración sean claves al comunicar las salidas de todo nivel, en cada caso y con cada persona. Y luego, que se ayude siempre a quienes están en ese camino para que no tengan que pasarlo tan mal ni tengan que cometer los mismos errores. Sigo en esto y vamos avanzando, pero aún falta más respeto, más empatía y, a veces, hasta más humanidad…