No tenemos una atmósfera china o norteamericana. Tenemos una atmósfera global y no podemos realizar experimentos independientes en ella. En su lugar hemos estado realizando experimentos conjuntos. Ésta no fue una decisión consciente: ocurrió como resultado de la revolución industrial. Pero sí estamos decidiendo no parar.
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La realización de experimentos irreversibles con nuestro único planeta es irresponsable. Sólo sería racional negarse a hacer cualquier cosa para mitigar los riesgos si estuviésemos seguros de que la ciencia del cambio climático es falsa. Dado que ésta se basa la ciencia bien establecida, sería absurdo pretender semejante cosa.
Por el contrario, cualquier lector razonable de mente abierta del “Summary for Policymakers” (Resumen para responsables de políticas) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) llegaría a la conclusión de que semejante certeza en la ciencia sería ridícula. Sería racional preguntarse si los beneficios de la mitigación son mayores que los costos. Es irracional negar la verosimilitud del cambio climático de origen humano.
En estos debates y de hecho en la política climática, EE.UU. juega un papel fundamental, por cuatro razones. En primer lugar, EE.UU. sigue siendo el segundo mayor emisor mundial de dióxido de carbono, aunque su participación del 14% del total mundial en 2012 lo pone muy por detrás del 27% de China.
En segundo lugar, las emisiones estadounidenses per cápita son aproximadamente el doble de las de las principales economías de Europa occidental o Japón. Sería imposible convencer a las economías emergentes a que reduzcan las emisiones de manera significativa si EE.UU. no se uniera a sus esfuerzos.
En tercer lugar, EE.UU. cuenta con insuperables recursos científicos y tecnológicos, que serán muy necesarios si el planeta ha de encarar el reto de combinar bajas emisiones con la prosperidad general. Por último, en EE.UU. vive el mayor número de apasionados y comprometidos opositores contra cualquier acto.
Ante esto, dos acontecimientos recientes son alentadores para quienes creen (como yo) que el más elemental sentido común nos obliga a actuar. El primero fue la publicación del “President’s Climate Action Plan” (Plan de Acción Climática del Presidente) el mes pasado. Este plan cubre mitigación, adaptación y cooperación global. Su objetivo es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 17% por debajo de los niveles de 2005 para el año 2020.
El otro evento, también el mes pasado, fue la publicación de un informe – acertadamente titulado “Risky Business” (Negocio Riesgoso) – por un importante grupo bipartidista que incluyó al ex alcalde de Nueva York Michael Bloomberg, a los ex secretarios del Tesoro de EE.UU. Hank Paulson y Robert Rubin, y el ex secretario de Estado George Shultz.
Sin embargo, debemos moderar la alegría. Incluso si el gobierno implementaba con éxito su plan por medio de su autoridad reguladora, seguiría siendo sólo un modesto comienzo. Las concentraciones atmosféricas de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso han aumentado a niveles sin precedentes en al menos los últimos 800.000 años, mucho antes de que el homo sapiens poblara la faz de la tierra. Si seguimos nuestra trayectoria actual, el aumento será mucho mayor a finales de siglo, con impactos climáticos probablemente grandes, irreversibles y tal vez catastróficos. El aumento de la temperatura media de 5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales es concebible en nuestro camino actual. En ese caso, tendremos un planeta muy distinto al de ahora.
“Risky Business” pone de manifiesto lo que esto podría significar para EEUU. El informe se centra en el daño a la propiedad y la infraestructura costera debido al aumento del nivel del mar. Analiza los riesgos de mayores y más frecuentes tormentas. Considera los posibles cambios en la agricultura y la demanda de energía, así como el impacto de las temperaturas más altas en la productividad y la salud pública. De hecho, algunas zonas del país podrían llegar a ser casi inhabitables.
Lo que hace que este informe sea tan valioso es que establece esto como un problema en la gestión del riesgo. El objetivo debe ser el de cortar los “tail risks” (riesgos de cola) de la distribución de posibles resultados. La forma de hacerlo es cambiar el comportamiento. Nadie puede vender seguros contra los cambios planetarios. Hemos visto lo que significa el riesgo de cola en las finanzas. En lo que respecta al clima, las colas son más gordas y probablemente mucho más perjudiciales.
La pregunta es si algo real e importante podría surgir de estos comienzos modestos. Puede ser que sí, a pesar de que detener el aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero es enormemente difícil.
Yo solía pensar que la manera de adelantar sería por medio de un acuerdo global para limitar las emisiones, utilizando una combinación de impuestos y cuotas. Ahora considero a este enfoque sin esperanza, así como muestra el fracaso del protocolo de Kyoto de 1997 para efectuar un cambio real. El debate político para encontrar políticas sensatas será ganado si y solo si ocurren dos cosas: en primer lugar, las personas deben creer que el impacto del cambio climático puede ser a la vez grande y costoso; segundo, deben tener la certeza de que los costos de mitigación serán tolerables. Este último punto requiere el desarrollo de tecnologías creíbles y viables para un futuro bajo en carbono. Una vez que el concepto de un futuro semejante sea comprobado, la adopción de las políticas necesarias será mucho más fácil.
En este contexto, los dos nuevos documentos se apoyan mutuamente. “Risky Business” documenta los posibles costos para los estadounidenses en caso de un cambio climático no mitigado. El enfoque de la administración en las normas reguladoras es entonces una gran parte de la respuesta, sobre todo porque las normas seguramente forzarán una aceleración de la innovación en la producción y el uso de energía. Mediante la adición de apoyo a la investigación de base, el gobierno de EEUU podría desencadenar olas de innovación beneficiosa en nuestros ineficientes sistemas energéticos y de transporte. Si se efectúan con suficiente premura, también podrían transformar el contexto de las negociaciones globales. Además, dado el fracaso de los esfuerzos de mitigación hasta el momento, una gran parte de la solución probablemente consistirá en la adaptación. Una vez más, la participación de EEUU debería ayudar a proporcionar más ejemplos de lo que puede funcionar.
He esperado en secreto que los negadores tuvieran la razón. Sólo entonces sería aceptable la falta de respuesta a este desafío. Pero es muy poco probable que seamos tan afortunados.
Si continuamos por el camino actual probablemente causemos daños irreversibles y costosos. Existe una posibilidad más feliz. Tal vez sea posible reducir el costo de la mitigación hasta el punto en que se convierta políticamente aceptable. Quizás, también, lleguemos a ser mucho más conscientes de los riesgos. Ninguna de estas posibilidades parece probable. Pero si estos dos informes producen un cambio en la estrategia de EEUU, las posibilidades de escapar del peligro aumentarán, aunque probablemente demasiado tarde. Eso no merece dos, ni mucho menos tres, hurras. Pero quizás uno.