Por: Alessandra Corrochano, head de Labentana, laboratorio de innovación de Interbank
La innovación se suele asociar al mundo empresarial. Pero es válida e indispensable en muchos otros aspectos, como la educación. En educación, es difícil seguir los procesos naturales de la innovación: entender al usuario, diseñar, probar, rediseñar. Muy pocos arriesgarían su educación con metodologías que están a prueba. Además, involucra actores con intereses distintos que deben actuar alineados para generar un cambio. Por último, como el resultado se ve en el largo plazo, es difícil medir el avance y es fácil dudar y retroceder en el camino. Follow @EconomiaECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
¿Qué involucra educarse? Es sinónimo de aprender, o al menos eso debería ser. Pero aquí y en muchos otros países hemos confundido acertar con aprender y tener un título con saber. Y este es el primer cambio cultural que necesitamos para generar una verdadera mejora en educación.
Naturalmente, los colegios y las universidades juegan un rol fundamental. Su objetivo primordial debería ser que sus alumnos aprendan. Prestigiosas universidades estadounidenses —entre ellas Harvard, MIT y Berkeley— montaron el proyecto educativo edX. Este permite a alumnos del mundo entero acceder a cursos en línea y, si están dispuestos a someterse a sus rigurosos procesos de evaluación, incluso pueden titularse. Gratis.
La plataforma edX funciona como un método de prueba de nuevos mecanismos para masificar la educación de calidad y validar si la tecnología realmente ayuda a aprender. Estas universidades tienen como objetivo central que sus alumnos aprendan: el lucro y el prestigio son una consecuencia.
Pero los colegios y las universidades no son los únicos medios para generar aprendizaje. Es momento de darle un giro al concepto de educación que conocemos. El keniano Julius Yego, por ejemplo, aprendió técnicas de lanzamiento de jabalina viendo videos en You Tube y ganó medallas de oro en el Mundial de Beijing 2015 y de plata en las Olimpiadas de Río 2016. Internet ha generado nuevos medios de educación y, con ellos, han nacido nuevos retos y actores en la innovación educativa: el acceso a medios digitales, la comunicación y la creación de contenidos.
Con tantos actores y con resultados que no son visibles inmediatamente, necesitamos una entidad que los alinee en un objetivo común —que la población aprenda— y que perdure en el tiempo: el Estado. Este debe institucionalizar las buenas prácticas y alinear incentivos en torno del aprendizaje. Debe lograr que las instituciones privadas que innovan se conviertan en un motor que impulse al resto del sector y no en un esfuerzo aislado con escasos beneficiarios.
Alinear requiere formalización y supervisión. Y la supervisión duele, sobre todo cuando no estamos alineados en el objetivo, en el modelo de negocio. Tenemos que medirla por lo que estamos tratando de mejorar: cuánto aprenden nuestros alumnos. Al igual que en cualquier innovación tenemos que seguir un proceso: diseñar, probar, medir, ajustar, medir más. Nuestro modelo de negocio debe ser el aprendizaje y nuestro usuario central el alumno. Solo así lograremos innovar para beneficiar a la verdadera educación.