Una preocupación importante en el actual contexto de deterioradas expectativas sobre el futuro económico del país gira alrededor de las oportunidades para los jóvenes. Algunos datos recientes refuerzan esta preocupación. Así, por ejemplo, más de 400.000 peruanos dejaron el país el año pasado y no han regresado. Esto es equivalente a 2,5% de la fuerza laboral o casi el doble de su tasa de crecimiento anual. Tanto más preocupante resultará este dato, cuantos más jóvenes sean parte de este grupo. Ciertamente, la ausencia de ideas en la escena política que promuevan el bien común (en oposición a los intereses individuales de nuestros representantes y autoridades políticas) está detrás del aumento en el desaliento que impulsa a partir. La falta de oportunidades, sin embargo, no afecta solo a los que migran, sino, con más fuerza aún, a aquellos que por carecer de los recursos mínimos necesarios ni siquiera pueden contemplar esa opción.
Mucha de la discusión pública reciente sobre la problemática económica de los jóvenes ha estado enfocada en aquellos que no estudian ni trabajan, los famosos “ninis”. En el Perú, sin embargo, este grupo es una porción relativamente pequeña de los jóvenes, un quinto. En contraste, tres de cada cuatro de los activos en el mercado laboral trabajan en el sector informal. Así, la senda que debe recorrer un gran número de compatriotas jóvenes es la del tránsito de una situación familiar de pobreza, educación de mala calidad y falta de oportunidades de aprendizaje y entrenamiento laboral a entornos laborales de baja productividad y remuneraciones permanentemente deprimidas. Este continuo puede ser descrito sumariamente como orígenes pobres, dando lugar a una senda laboral en el trabajo informal.
Esta desalentadora continuidad presenta un enorme reto para el diseño de políticas. Las oportunidades de capacitación son escasas en los contextos descritos y con frecuencia no contemplan las necesidades de los más vulnerables, que adquieren responsabilidades temprano en la vida o deben tener que permanecer en el mercado informal para satisfacer las necesidades básicas de sus hogares. En dicho contexto, transitar al sector formal es muy difícil y tanto más mientras más tiempo el joven permanezca en la senda de la informalidad.
Programas orientados a desarrollar habilidades duras o blandas y facilitar el acceso a un empleo entre los jóvenes son bastante difundidos en países en vías de desarrollo y evaluaciones rigurosas muestran que pueden ser efectivos. Es claro que se necesita mayor cobertura de este tipo de programas, pero se requiere un claro foco en inserción en empleos formales, así como instrumentos consistentes con este foco, como, por ejemplo, pasantías en empresas formales.
La racionalidad del énfasis en la inserción en empleos formales tiene que ver con el altísimo costo de ingresar al mercado laboral a través de trabajos informales. No solamente es el caso que los ingresos en este tipo de empleos son apenas poco más de la mitad de aquellos de un trabajador de similares características en el sector formal, sino que la probabilidad de estar debajo de un umbral de bajos ingresos, definido por OECD (2018), es seis veces más alta. No se conocen beneficios sociales, reservados para los empleos formales. Más importante, la probabilidad de obtener un mejor empleo en el futuro es bastante más baja que en el sector formal: la calidad del empleo presente predice la del empleo futuro. Así, el ingreso al mercado laboral a través de empleos precarios con frecuencia lleva a trayectorias de vida y trabajo igualmente precarias.
La consecuencia que se desprende de este diagnóstico es directa: facilitar el acceso a empleos formales tiene un enorme retorno. Un instrumento potente en esta dirección es la formación: proveer oportunidades flexibles para recibir capacitación pertinente y de calidad con servicios efectivos de colocación, que eleven la productividad, la autoestima y las posibilidades de salir de la senda de la informalidad. El factor clave es la pertinencia, que solo se puede lograr a través de un vínculo más estrecho entre los centros de formación y el sector productivo.
Sería simplista pretender que esto va a resolver todos los problemas de inserción laboral de los jóvenes: los efectos de condiciones de vida precarias pueden afectar las trayectorias laborales desde edades muy tempranas y deben ser atendidos. Sin embargo, abre nuevas oportunidades precisamente donde clamorosamente faltan.