El economista venezolano Ricardo Hausmann estuvo la semana pasada en Lima y dijo algo que a muchos por aquí les sigue pareciendo sacrílego, pero que resulta una obviedad en los países más prósperos: los sistemas productivos modernos requieren de una cantidad enorme de bienes públicos. Este planteamiento genera mucho resquemor en el Perú, pues es difícil imaginarse cómo un Estado que es particularmente malo en lo básico podría verse a sí mismo haciendo tareas sofisticadas como financiar start-ups tecnológicos u orientar la investigación en ciencia básica con fondos públicos.
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Hay, en efecto, montañas de evidencia para sustentar lo malo que puede ser el trabajo de nuestros burócratas. No obstante, sí es crucial que nos preguntemos hasta dónde llegaremos en nuestro intento de generar desarrollo económico para el país con el Estado que tenemos. Es meridianamente claro que no nos convertiremos en un país desarrollado si antes no vencemos primero esos niveles de informalidad que deberían avergonzar a cualquier economía que se refiera a sí misma como un “milagro”.
Hay muchísimo que se puede hacer desregulando en aquellos ámbitos donde indubitablemente se han cometido excesos, pero el desafío real está en cómo replicar transversalmente en la economía los extraordinarios niveles de productividad que uno ve, por ejemplo, en el sector minero. Aquí solemos compararnos con países desarrollados que son grandes productores de materias primas (como Australia, Canadá o Noruega) para convencernos de que basta apostar por nuestros recursos naturales para llegar a ser como ellos. Pero como muestra Hausmann, estos países no solo producen más recursos naturales que nosotros, sino que producen muchísimo más incluso de otras cosas. En otras palabras, no hay para el Perú una ruta posible al desarrollo que no pase por diversificar su economía y encontrar nuevas actividades altamente productivas que complementen a la minería y otras tradicionales.
Por ello, me ubico entre quienes ven con optimismo el plan de diversificación productiva. No lo encuentro riesgosamente intrusivo, más bien creo que le ha dado al sector empresarial la excusa perfecta para empujar su agenda de desburocratización y discutir qué tipo de bienes públicos se necesitan para sofisticar nuestra economía. Idealmente, como dice Hausmann, debería ampliar el ancho de banda del Estado para que del diálogo con el sector privado surjan ingentes oportunidades de ganancias de productividad. Y así podamos –ojalá– vencer a la informalidad.