“Por qué fracasan las Naciones” de Acemoglu y Robinson es probablemente uno de los ensayos más comentados y recomendados de los últimos tiempos. Cimentado en una amplia y detallada base histórica, el libro respalda la tesis de las bondades de las sociedades inclusivas en pro del progreso económico, en contraposición con las ataduras de las sociedades extractivas las cuales impiden el desarrollo. En mi opinión, esta idea no dista demasiado de aquella que defiende la libertad plena de iniciativa y emprendimiento, en clásica pugna contra el mercantilismo y su necesidad de intervenciones ajenas al mercado para mantener ventajas y privilegios indisolubles.
Las ciudades también pueden ser modernas, desarrolladas y sostenibles o por el contrario caóticas y estar en estado degradado, lo cual dependerá del nivel de desarrollo del país en que se encuentren sin duda, pero también de otros factores. Una buena planificación, una buena infraestructura y demás, hacen mucho por una ciudad que brinde calidad de vida a sus ciudadanos, pero también contribuye con este fin, el logro de una ciudad inclusiva y no discriminatoria, es decir una ciudad sin privilegios permanentes solo para algunos de sus habitantes y condena a vivir en el caos y en zonas degradadas por siempre para otros.
En primer término, una ciudad inclusiva es aquella en donde todos tienen el derecho a transportarse en las mismas condiciones de calidad; para que esto suceda no hay más que dos alternativas: o se cuenta con una infraestructura de transporte público y privado de primer nivel, o se fomentan planes para que la vivienda y el trabajo de los ciudadanos estén lo más cerca posible. Es evidente que nuestra ciudad lleva un enorme atraso en infraestructura, razón por la cual no queda otra alternativa que la de planificar el desarrollo urbano de manera que la gente tenga que trasladarse lo menos posible dentro de la ciudad.
En la Lima de hoy, vivir cerca del centro de trabajo es una oportunidad con la cual muchos y sobre todo la gente más humilde no puede contar. Hoy tener que trasladarse dos veces por día desde distritos periféricos como Villa El Salvador o Puente Piedra al centro de la ciudad, es realmente penoso; y debería ser una prioridad de la ciudad evitar que esto ocurra. Hay alternativas para evitar esta situación agobiante y claramente discriminatoria para con muchísimos ciudadanos; una de ellas es la construcción de condominios que ofrezcan un importante número de viviendas en zonas céntricas de la ciudad y que sean accesibles para los limeños de clases medias y populares; sin embargo, algunos municipios de la ciudad, lejos de entender esta necesidad, vienen objetando las políticas del Ministerio de Vivienda (MVCS) para promover esta acertada solución.
En efecto el MVCS ha dado normas conducentes a promover la densificación de la ciudad, con el objeto de que sea posible construir más viviendas en los distritos céntricos de la capital, de manera que muchas familias puedan mejorar su calidad de vida ostensiblemente, evitando tener que trasladarse dos horas o más entre sus hogares y centros de trabajo o de estudios.
Sin embargo estas iniciativas no vienen siendo bien recibidas por algunas autoridades municipales, sobre todo por aquellas en donde habitan ciudadanos de mayor estrato social, en donde según estas autoridades, sus distritos deben ser solo para la gente que ya vive en ellos. No deberían olvidar los señores alcaldes que la calidad de una ciudad debe ser medida también en función a su mayor grado de inclusión y menor grado de discriminación; y que si las oportunidades son permanentes solo para algunos e inalcanzables para otros, estas se convierten en ventajas y privilegios indisolubles; diferenciación típica de las anacrónicas sociedades extractivas o mercantilistas.