Durante los últimos años y, en especial, los meses recientes de desaceleración, las proyecciones del PBI que han venido realizando diferentes entidades especializadas, tanto públicas como privadas, han mostrado un común denominador: nunca aciertan, se modifican periódicamente en exceso y gozan de decreciente credibilidad.
En tales circunstancias es natural que el sector empresarial, pieza clave en el proceso de formación de expectativas, esté fuertemente desorientado. No le falta razón, pues en ese entorno resulta difícil emprender con propiedad un proceso de planeamiento que estime el óptimo de escala operativa, ventas, inventarios, capital y endeudamiento. En ese entorno, se contribuye al desorden.
¿Por qué esas deficiencias en estimación del PBI? ¿Tiene, también, algo que ver la manera como comunicamos su evolución?
Primero, las proyecciones del PBI hasta hoy se hacen apostando a una cifra específica que incluye, muchas veces, el ridículo de la precisión decimal. La verdad, la complejidad de las decisiones de carácter económico, financiero, social y político que acompañan la evolución del PBI hacen imposible que mediante un modelo econométrico se arribe a proyecciones a la vez que puntuales, exitosas.
Hace poco, por ejemplo, se estimaba para el 2014 un crecimiento de 6,5%, pero terminaremos en la mitad de ello. Esta significativa desviación, por supuesto, retroalimenta el desconcierto, la incredulidad y la misma desaceleración del PBI.
A futuro, para evitar más incertidumbre, sería recomendable ofrecer al sector empresarial proyecciones que comprometan rangos esperados de crecimiento del PBI, adecuadamente relacionados tanto a diferentes escenarios como a la identificación cualitativa y cuantitativa de factores internos y globales que los expliquen. Con ello trascenderemos a un solo guarismo, dejaremos de “corregir cifras” cada mes y nos concentraremos más en los elementos que determinan la dinámica productiva.
Segundo, las proyecciones del PBI en el Perú destacan, en extremo, un alcance anual. El problema es que cuando no planteamos un derrotero confiable de mayor plazo, los agentes económicos tienden a tomar decisiones erradas en función de una evolución transitoria y no sobre la tendencia del mediano plazo. Grave error. Si solo nos quedamos con que este año creceremos entre 3% y 4% y no explicamos al empresariado que los dos próximos estaremos entre 5% y 6%, le quitamos información relevante para su toma de decisiones.
Tercero, llama la atención cómo el INEI en lugar de destacar la evolución anualizada del PBI que, por ejemplo, hacia junio alcanzaba 4,8%, releva sobremanera y exageradamente la estimación de la variación de la producción del mes (0,3%). Eso también genera y retroalimenta inadecuadas percepciones del ritmo de la actividad económica. Todos recordamos el 0,3%, nadie el 4,8%. Parte importante del empresariado no distingue bien estas diferencias y, sin intención, al interpretar mal el guarismo, agrega una carga adicional a la desaceleración. Nadie aclara esto.
En conclusión, el énfasis en las proyecciones del PBI debería ser el tendencial, no el mensual; el éxito debería asociarse a la consecución de una guía o referente confiable y estable, no a una cifra con decimales que nunca se cumple y se modifica sin orden ni rigurosidad. Cambiemos.