AUGUSTO TOWNSEND K. / @atownsendk Editor central de Economía & Negocios
Tras haber anticipado la burbuja inmobiliaria en EE.UU. y la crisis financiera que estalló en el 2008, Nouriel Roubini se ha convertido en una suerte de ave de mal agüero, pues lo que siempre se espera de él son pronósticos apocalípticos respecto de la economía y, lo que es peor, que sean certeros. Para los supersticiosos, el mero hecho de que Roubini haya venido a Lima la semana pasada acompañando a una delegación del Fondo Monetario Internacional (FMI) es, de por sí, una mala señal.
Pero lo cierto es que la visita del FMI no podría ser por una mejor razón: esta multilateral y el Banco Mundial (BM) están coordinando con el Estado Peruano la anunciada realización de sus Reuniones Anuales del 2015 en Lima, lo que representa una muestra enorme de confianza en el país y un reconocimiento explícito de su buena marcha en materia económica, tanto en lo que preocupa al FMI (solidez macroeconómica y otros fundamentos necesarios para garantizar el crecimiento) como en lo que atañe al BM (alivio de la pobreza, generación de oportunidades para el desarrollo, reducción de las brechas sociales).
Roubini suele ser retratado por los fotógrafos con un gesto adusto, como el de quien vislumbra una catástrofe inminente. En lo personal, es completamente distinto: su hablar pausado transmite cierta tranquilidad y, de hecho, no pierde la oportunidad para bromear sobre el personaje que la prensa ha creado con su imagen. “A mí me dicen Dr. Doom, pero luego de hablar con ustedes, creo que deberían llamarme Dr. Boom”, nos dijo a un grupo de periodistas locales, tomándonos el pelo por lo que consideraba un pesimismo exagerado de nuestra parte.
Y creo que tiene razón en su diagnóstico. En el Perú hay muchas cosas que no marchan bien (por ejemplo, la clamorosa debilidad institucional que mencioné en mi columna anterior), pero hay tantísimas otras razones para estar optimistas. No se justifica, en mi opinión, esa predisposición que tenemos aquí a pensar que en cualquier momento se viene abajo todo lo que hemos construido en el pasado reciente, una actitud que demuestra que, en el fondo, no nos creemos aún lo bien que nos ha ido en múltiples aspectos.
El Perú tiene enfrente complicadísimos desafíos para darle sostenibilidad al progreso que ha visto en las últimas décadas. Pero una cosa es ser realistas, y otra muy distinta, catastrofistas. Hay que despercudirnos de ese sesgo pesimista que caracteriza el debate local, confiar más en lo logrado y enfocarnos con optimismo en lo que falta hacer.